martes, 2 de septiembre de 2008

Presentacion del Libro al Publico (fotos)

Tapas del libro (fotos)




El tiempo hasta hoy

Como se puede ver da la sensación que me he olvidado de mis otros dos hijos, Juan José y Alex, pero no es así.

Juanjo contrajo matrimonio con Elena y me han dado dos nietos, Natalia y Alejandro. De él puedo decir muchas cosas, es un hijo excepcional, formal, responsable y amante de la familia, de su esposa, de sus hijos y, como no, también de sus padres.

Tanto él como Alex jamás me dieron ningún problema, por lo tanto me siento orgulloso de tener unos hijos como ellos.

Por último no desearía dejar de comentar que a pesar de las adversidades por las que me tocó pasar, pienso que de alguna forma fui favorecido en esta vida, conociendo a la mujer que compartió conmigo la mayor parte de su vida, y de la mía. En este aspecto sí que fui afortunado. Los dos unimos nuestras vidas en los primeros años de nuestra juventud y nos preparamos para afrontar juntos lo que la vida tiene de bueno y de malo compartiendo nuestras penas y nuestras alegrías. En nuestro caso, por desgracia, lo que el destino nos tenía reservado fueron más penas que glorias. Pero con la constante fuerza de nuestro amor y el lazo irrompible de nuestra unión logramos superar todas estas adversidades dándonos fuerzas el uno al otro para seguir siempre hacia delante y nunca hundirnos en la desesperación, que irremisiblemente nos hubiera llevado hacia la locura.

Nuestros años de juventud pasaron y los dos hemos ido envejeciendo al mismo tiempo que criábamos a nuestros hijos, pero de estos años ya pasados me queda la satisfacción de pensar que el envejecimiento es como si escaláramos una gran montaña, mientras vas subiendo nuestras fuerzas disminuyen, pero la mirada abarca más horizonte, es más libre y la vista más amplia y serena.

Para mí lo primero siempre fue mi mujer y lo seguirá siendo, pues siempre fue la que me dio fortaleza y apoyo para no rendirme y seguir hacia delante. Por todo ello pienso que tuve mucha suerte al elegir a esta persona, excepcional en cuanto a su responsabilidad, como madre y como esposa. Siempre ha sabido estar en cada momento, en el sitio adecuado y según las circunstancias. Como ama de casa ni que decir tiene, la mejor, pues una de sus mayores virtudes es la limpieza y el orden y a pesar de haber tenido siempre a su cargo a un gran número de hijos e incluso nietos, tiempo le sobró para que su casa estuviera invariablemente en perfecto orden y limpieza y que reinara en ella la más perfecta armonía. Y yo me pregunto ¿de dónde puede sacar esta mujer el tiempo, después de atender a tanta familia?

Por todo esto y por ser la persona que más he querido en mi vida, quiero dedicar estas memorias a esta mujer que es el todo para mí y que dio significado a mi vida. Aunque he tenido muchas adversidades a lo largo de mi recorrido por este sendero espinoso viendo cómo se me han ido los seres más queridos, a pesar de tantas desgracias estando a su lado me siento feliz, porque me queda ella, que es lo más importante para mí.

Soy una persona que suelo decir lo que siento muy pocas veces, ya que mis sentimientos no me gusta exteriorizarlos, los llevo siempre muy dentro de mí. Pero en este caso lo que llevo dentro, lo quiero reflejar aquí.
Por ultimo quiero cerrar estas memorias con un poema póstumo a la mujer que me dio la vida y que tanto añore, mi madre......

Aquella triste mañana mi madre no despertó, la perdimos para siempre y se nos rompió el corazón.

Tras recibir la noticia no tardamos en llegar, rotos por el dolor y derrotados por la indefensión.

Las palabras del doctor derramaron nuestras lagrimas se moría nuestra madre y no se podía hacer nada.
Ante la trágica noticia que perdíamos a nuestra madre nos envolvió la oscuridad y nuestra impotencia fue grande.

 Abandonó este mundo sin poder decirnos nada, pero en la expresión de sus ojos aun se podía ver el amor que derrochaba.

Temerosos por nuestra flaqueza y ante aquella cuchillada por la vida en la que vivió y sin poder hacer nada.

Con su fortaleza y en vida, a todos nos protegió, pero en un momento fatídico para ella todo acabó.

Ya nunca sería igual y empezamos a sufrir dudando si en el coma profundo, aún nos podría oír.

Si pensaría en nosotros, si nos vería, y lo más terrible para todos... si sufriría.
 
Y aquella llama de vida que tanto nos protegió, a pesar de nuestro llanto, pronto se languideció.

En aquel lapso de tiempo y abstracto para nosotros nos envolvió la oscuridad y un vacío tenebroso.

La capacidad en el mutismo y la esencia de la nada en aquellos escasos minutos se apoderaron de nuestras alma.

Y pensamos que aquel tiempo fue injusto con nosotros ¿Qué menos que una despedida?, ¿qué menos que unas palabras?

No pudo ser así, el tiempo nos traicionó, se detuvo para ella y nos destrozó el corazón.

Unidos como una piña, sus cinco hijos velamos los resquicios de su cuerpo y quedamos aletargados.
 
No dejamos de mirarla y la cubrimos de besos anegando aquella sala de lágrimas y de lamentos.

En aquel lecho de muerte el sufrimiento era grande, intentamos transmitirle que nunca hubo culpables.

Que para sus hijos fue todo, que siempre fue nuestro apoyo y con ella se llevaba una parte de nosotros.

Aquel templo para nosotros era solemne y frío, y el ataúd de mi madre nos causaba escalofríos.

Y con ella se fueron todos los sufrimientos que le acompañaron en vida.

Sus secretos y sus temores, su orgullo y sus pasiones, sus desengaños: ¡Cuántos desengaños y lucha sufrida!; y lo de cada hijo con sus tragedias y desdichas…

Nuestro Traslado a Monzón. 1984

P

or aquella época en la fabrica de Aiscondel de Cerdanyola sobraba personal y por el contrario en la fabrica de Aiscondel de Monzón, en Huesca, faltaban operarios, así que la empresa propuso a los trabajadores de plantilla que si alguno le interesaba podía cambiar su puesto de trabajo a Monzón. Si lo hacía por supuesto seria indemnizado y continuaría percibiendo la misma renumeración sin perder su antigüedad en la empresa.

Pensé que se me presentaba una nueva oportunidad y que si sabía aprovechar la situación cogería un dinero extra que buena falta nos hacía.

Como yo al fin y al cabo era inmigrante en Cataluña me daba igual ser un inmigrante en Aragón y más teniendo en cuenta que la vivienda no era mía, así pues, con entregar la llave a la empresa, todo arreglado. Lo único que tendría que hacer sería la mudanza de los muebles.

Se lo comenté a mi mujer y los dos estuvimos de acuerdo, ya que me daban la opción de que si durante un año no me gustaba el cambio, sin ningún problema podría volver a Cerdanyola.

Me trasladé a Monzón y durante todo este año estuve viviendo apartado de mi familia en una pensión, pues con las dietas que me daban por estar fuera del puesto de trabajo de Cerdanyola, me bastaba para pagar la pensión, pagar los viajes que solía realizar todos los fines de semana para ver a mi familia y además, para darme algún capricho.

Lo malo fue que durante todo el año estuve solo en Monzón y tuve que estar separado de mi familia por doscientos kilómetros. La verdad que acostumbrado a estar siempre al lado de mi mujer y de mis hijos, se me hizo muy pesado. Recuerdo que siempre estaba deseando que llegara el viernes para marchar a Cerdanyola y poder abrazar a mi mujer y a mis hijos.

Aparte de estos inconvenientes me agradaba Monzón, pues es una ciudad muy acogedora y sus gentes son muy abiertas con la gente que viene de otras regiones hermanas.

Además tiene de todo. No tienes que desplazarte para nada a otras localidades si no lo deseas.

Como la decisión no dependía sólo de mí pedí a mi mujer que visitara Monzón para ver que le parecía a ella. Su primera impresión fue muy positiva, pues lo primero que vio fue la avenida de Lérida, que es preciosa y me acuerdo que sus primeras palabras fueron “Me encanta Monzón”.

Ya de acuerdo mi mujer y habiendo cumplido el año que tenía de prueba para decidir si me quedaba o volvía a Cerdanyola, decidimos nuestro traslado.

Con el dinero que me dieron de la indemnización nos compramos un piso de segunda mano y después de restaurarlo un poco cargamos los muebles en un camión y nos vinimos definitivamente a vivir a esta ciudad tan maravillosa y acogedora.

Con este cambio la más perjudicada fue Isabel ya que ella se había echado novio en Cerdanyola.

El chico se llama Alfredo y, como es normal, cuando dos personas se aman la separación duele mucho.

En principio mi familia se adaptó bien a nuestro nuevo cambio, la única que no lo asimilaba era mi hija Isabel.

Finalmente Alfredo buscó trabajo en Barcelona para Isabel, y ésta nos abandonó yéndose al lado de su novio. Yo no me opuse a ello ya que ella ya era mayor de edad y tenía derecho a elegir el rumbo de su vida.

En cuanto a Paquita, como es normal, se quedó en Cerdanyola con su marido e hijo, pero las cosas continuaban de mal en peor. A aquel matrimonio no le quedaba mucha vida.

Isabel terminaría viviendo en pareja con Alfredo. Arrendaron un supermercado en Santa Perpetua de la Moguda, alquilaron un piso y empezaron una nueva vida. Nosotros los veíamos muy a menudo ya que íbamos de vez en cuando a su casa de Barcelona.

En uno de estos viajes nos enteramos que Paquita estaba en estado. Pensé que no sabía como iba a terminar todo aquello. Nuestra preocupación era evidente, pues yo sabía que su pareja iba a durar poco y el problema se complicaría más con otro hijo en camino, pero no se podía hacer nada, deberíamos dejar pasar el tiempo y que decidiera lo que estaba por venir.

Un mes antes de salir de cuentas Paquita, su marido se eximió de toda responsabilidad mandando a mi hija y a mi nieto a Monzón para que diera a luz.

Al mes de estar en mi casa dio a luz una niña con muy poco peso y con el síndrome de abstinencia. La registramos en el Registro Civil de Barbastro con el nombre de Tamara.

A los quince días de haber tenido mi hija a la niña, vino su marido a verla y a pesar del comportamiento tan anormal que tenía Jesús María, nosotros lo recibimos bien y lo acogimos en casa. Pero su desvergüenza no tenía límites, pues en agradecimiento, nos hizo una buena faena.

Recién habían terminado de comer (yo me encontraba trabajando) Jesús María dijo que salía un momento a la calle a tomar café y a comprar tabaco, pero el tiempo pasaba y no regresaba.

Todos estaban preocupados, no fuera que le hubiese ocurrido algo, y ya se disponían a salir a buscarle cuando se presentó una patrulla de la Policía Municipal y lo trajeron drogado y borracho.

Después del lamentable estado en que lo trajeron empezó a insultar a toda la familia, entonces mi hijo Juanjo no se pudo contener y le dio una buena tunda de puñetazos.

Ante este vergonzoso comportamiento mi mujer, para evitar más problemas, cogió una bolsa y metió toda la ropa que había traído, más una parte que sacó de la lavadora a medio lavar y se la entregó invitándole a que abandonara mi casa.

Aquella noche Jesús María durmió en una pensión y al día siguiente regresaron los dos con sus hijos a Cerdanyola.

Fueron pasando los meses y nuestras vidas siempre estaban en tensión, esperando que en cualquier momento surgiera lo peor.

Un día, en el trabajo, recibí una llamada telefónica de mi mujer. Me dijo que me esperaba en casa, que había surgido algo imprevisto y que teníamos que ir a Barcelona.

Nervioso, me fui a casa. Allí me dijo que había recibido una llamada de un médico de una clínica de Sabadell, pidiéndonos autorización para operar a mi hija urgentemente. Sin pensarlo más cogimos el coche y nos fuimos llevándonos a nuestros hijos Alex y Raquel ya que todavía eran pequeños para dejarlos solos en casa. Cuando llegamos a la clínica ya habían operado a Paquita.

Desde estas líneas quiero agradecer a mis hermanas, que hicieron compañía a mi hija en la clínica, el día de esta tragedia, evitando que en estas circunstancias tan duras para ella, pudiera encontrarse completamente sola.

Después de hablar con el médico pudimos enterarnos de que tuvieron que extirparle el bazo debido a una brutal agresión de malos tratos por parte de su marido. Aquella noche mi mujer y yo decidimos que ella se quedaría acompañando a Paquita. Y yo me llevaría a Alex y a Raquel a casa de mi hija Isabel.

Cogí el coche y nos dirigimos a casa de mi hija. Al mismo tiempo que conducía, me esforzaba por contener mi llanto, para que los pequeños no se percataran de ello pero no podía controlarlo. Alex, aunque pequeño, se daba cuenta de la situación y me preguntaba:
¿Papá por qué lloras?

Cuando llegue a casa de mi hija, todavía llorando, le conté lo sucedido a su hermana. Isabel trató por todos los medios de consolarme pero la pena me ahogaba y no encontraba consuelo.

Al día siguiente fui a ver a Paquita, que ya un poco mejor pudo contarnos toda la tragedia. Según ella por cuestión de las drogas, su marido le dio una brutal paliza delante de los niños. La dejó desangrándose y huyo abandonándola a su suerte. Sólo gracias a la intervención de los vecinos que acudieron en su auxilio y avisaron a una ambulancia, no murió desangrada.

Cuando mi hija estuvo un poco más recuperada, la dejamos en la clínica y nos llevamos a mis nietos a Monzón.

A la semana siguiente fuimos de nuevo a verla y nos encontramos con que ya le habían dado de alta. Una vez que la vimos nos dijo que el médico deseaba hablar con nosotros, así que antes de regresar a Monzón me dirigí a la clínica para hablar con el médico. La conversación que tuve con éste me dejó un sabor muy amargo.

A partir de aquel momento la tristeza me inundó y la llevo conmigo desde entonces.

Yo siempre tuve fe, esperando que algún día mi hija pudiera salir del mundo de las drogas y pudiera llevar una vida normal, pero a partir de la noticia que me dio el médico, mi fe se vino abajo y pude ver la muerte muy cerca de nosotros, ¡mi hija tenía los anticuerpos del sida!

A pesar de mi angustia y de mi tristeza yo me esforzaba ante mi hija para que ella no fuera consciente de la angustia que me inundaba y trataba de animarla para que dejara la vida que hasta ese momento había llevado y de esta forma poder rehacer su vida con sus dos hijos.

Cogimos el coche y regresamos a Monzón con mi hija. Aunque el piso era pequeño pusimos literas y nos acomodamos como pudimos, sacando espacio de donde no lo había.

A Isabel y Alfredo les empezaron a ir las cosas mal en el supermercado hasta el punto de quedarse sin trabajo. Y el problema se agravó más, ya que en aquel tiempo comenzaba la crisis de los años ochenta y en Barcelona no había manera de encontrar un puesto de trabajo.

Viendo su situación yo mismo me llevé a los dos a mi casa para ver si aquí tenían más suerte y podían encontrar trabajo. En Monzón por lo menos tendrían la oportunidad de trabajar aunque fuera en el campo recogiendo fruta.

Lo malo es que me fue imposible convivir con tanta familia en un piso de sesenta y cinco metros. Ante este problema busqué una pequeña casa para mi hija Paquita y sus hijos, desde luego pagando yo el alquiler, la luz y el agua ya que ella no tenía ningún medio para subsistir.

En cuanto a Alfredo e Isabel, después de encontrar trabajo y vivir una temporada en mi casa, alquilaron un pequeño piso, en donde pronto tendrían una niña a la que pusieron el nombre de Sara. Después vino Alan y más tarde Joel.

Unos años más tarde las cosas fueron mejorando y pudieron acceder a comprarse un piso en propiedad. Lo único que les deseo es que tengan mucha suerte en la vida y que puedan criar bien a sus hijos.

Paquita conoció a un chico y éste se fue a vivir con ella a la casa que yo le había buscado. Durante algún tiempo me libré de pagar el alquiler, la luz y el agua, pero como es normal en el mundo de las drogas, no puedes tener estabilidad y la pareja después de un corto período de tiempo se rompió.

La causa, la de siempre, las drogas. Así que ante la ruptura de la pareja, tuve que volver a hacerme cargo de los gastos de la casa.

La situación de Paquita iba de mal en peor, llegando el día que se hizo insostenible. Ante el desamparo de mis nietos solicité la tutela a la Diputación General de Aragón para traérmelos a mi casa.

Después de un estudio exhaustivo la Diputación no puso objeción alguna y me concedió la tutela de Israel y Tamara.

Pero la familia aún tendría que aumentar más.

El día veintiocho de septiembre de mil novecientos ochenta y ocho en el hospital de Barbastro nació Noemí.

Ante este acontecimiento de alegría para nosotros, no he logrado olvidar las palabras que pronunció mi hija Paquita, cuando fue a la clínica para ver a su madre:
Esta niña será la que me sustituirá a mí.

Noemí durante muchos años ha sido el juguete de sus padres y de sus hermanos.

Sinceramente creo que igual le dimos demasiados mimos y con el tiempo ya veremos el resultado, pues de momento es excesivamente nerviosa y tiene muy mal genio. Esperemos que conforme vaya creciendo también siente la cabeza.

Con Paquita llegamos a perder toda relación y aunque esto fue muy doloroso, ya no podíamos aguantar más. La convivencia en casa se hacía insostenible.

A pesar de esta dureza por nuestra parte, nuestro corazón estaba partido en mil pedazos y ni tan siquiera éramos capaces de dormir sabiendo que nuestra hija era irrecuperable. Además, con la enfermedad que llevaba en la sangre no iba a durar muchos años.

Un domingo que estábamos en la piscina con nuestros hijos y nietos vino en busca nuestra una señora de Cáritas y nos dijo que quería hablar con nosotros. Esta señora nos pidió que hiciéramos algo por Paquita, que la ayudáramos para ingresarla en un centro de desintoxicación.

Fui a ver a mi hija y la encontré muy deteriorada, así que otra vez más nos dispusimos a ayudarla.

De momento la ingresamos en una clínica de la Seguridad Social en Huesca para que se desintoxicara y pudiera reponerse un poco. Cuando le dieron el alta, la ingresamos en un centro de desintoxicación de Zaragoza, conocido como Proyecto Hombre.

Esta decisión de mi hija me animó mucho y por fin creía ver una salida para ella, de ese mundo al que odio con todo mi corazón.

Creí que si al menos conseguíamos sacarla del mundo de la droga, los años que le pudieran quedar de vida podría vivirlos con la familia y disfrutar de lo que hasta ahora no había podido, de sus hijos.

Todas las semanas íbamos a Zaragoza al Centro de Desintoxicación para ver a mi hija. Después de verla nosotros le dejábamos tener a sus hijos en aquel centro durante cuatro o cinco horas para que como madre pudiera disfrutar de ellos.

Mientras tanto, nosotros, todas esas horas las pasábamos dando vueltas por Zaragoza, con el rumbo perdido, sin tener muy claro hacia dónde ir hasta que llegaba la hora de recoger a los niños.

Comíamos en cualquier restaurante y a las seis de la tarde regresábamos al centro para recoger a los niños. Con esta marcha seguimos durante los dos años que estuvo en aquel centro.

Al cumplir en el Centro el tiempo que ellos consideraron suficiente, empezaron a dejarla salir a la calle. Pero la calle fue su perdición, no logró superar aquella prueba de fuego.

Era tan difícil para ella que nos llevaba a todos hacia la locura. Después de dos años sin tomar droga, mi hija recayó y nosotros, apenados y hartos de tanto esfuerzo en vano, estuvimos un tiempo sin relacionarnos con ella.

Aparte de alguna carta que nos llegaba, no sabíamos la vida que llevaba fuera de aquel Centro.

Mi mujer y yo nos pusimos de acuerdo para no contestar aquellas cartas, pues nuestro corazón estaba dividido en dos partes, una de pena y amor hacia nuestra hija y la otra de rencor por los catorce años de sufrimiento que nos había dado. En aquel momento quisimos hacernos los fuertes y prevaleció en nosotros la parte del rencor, partiéndosenos el corazón cada vez que nos llegaba una carta y no la contestábamos.

No sabemos la vida que mi hija llevó en Zaragoza durante todo el tiempo en que salía y entraba en aquel Centro, pero yo preferí no saberlo.

Un día de aquellos recibimos una carta de una monja desde un Centro para Enfermos Terminales. En la carta la monja nos decía que mi hija se encontraba en aquel Centro Terminal y que estaba muy malita. Y nos pedía, por favor, que no dejáramos de ir a verla.

En este momento el amor que teníamos a nuestra hija prevaleció sobre todas las cosas, así que nos pusimos en camino hacia aquel centro y aprovechando que estaban mi suegra y José en casa, nos acompañaron.

Nos recibió una hermanita de aquel centro y nos condujo a la habitación que ocupaba Paquita. Al verla mi mujer y yo nos miramos a los ojos con miradas interrogantes. Pero ¿podía ser aquella nuestra hija? La verdad es que la vi tan deteriorada que no la reconocimos, por un momento dudamos incluso si era ella, pues era completamente un esqueleto.

Nos acercamos y abrazándonos nos besamos. No pudimos contenernos y mi mujer y yo rompimos a llorar desconsoladamente. Mi propia hija y aquella monja trataron de consolarnos, pero mi pena era tan grande que mis lágrimas fluían continuamente.

La monjita se percató de que mi pañuelo estaba empapado y mientras cariñosamente intentaba consolarme de la pena que me ahogaba, me dio uno de repuesto.

Mi hija dirigiéndose a nosotros dijo:
Sabía que vendríais. Tardasteis un poco pero no importa, lo importante es que estáis aquí. Ahora os esperaré en otro sitio. Espero que tardéis mucho en llegar.

Esta frase me dio a entender que ella era consciente de que lentamente se estaba muriendo y lo tenía superado.

Pensé que igual hicimos poco por ella, quedándome el remordimiento y pensando si aún podíamos haber hecho algo más.

Me sentí un poco culpable. Yo sé que he tenido errores en mi vida, pero también sé que he tenido un borrador para corregirlos.

Por medio de ellos aprendí que la parte más importante de nosotros es la que llevamos dentro de nuestro corazón y que en cualquier sitio dejaremos nuestra marca.

Fui interrumpido de aquellos pensamientos por la monjita, cuando animando a mi hija la invitó a que diera un paseo por el patio con nosotros. Ella estuvo de acuerdo de dar aquel paseo y ayudada por aquella monja, ya que sola era incapaz de andar, dimos una pequeña vuelta al patio pues pronto tuvimos que ir de nuevo a la habitación, ya que se cansaba y no tenía ánimos para continuar.

La dejamos en aquel centro y tuvimos que regresar a Monzón ya que habíamos dejado solos a hijos y nietos.

Poco después recibimos la llamada de aquel Centro en la que nos comunicaban que mi hija se estaba muriendo.

Mi mujer, mi hijo Juanjo y yo nos fuimos enseguida a Zaragoza y allí vimos a mi hija postrada en una cama, en una larga y lenta agonía.

No puedo expresar aquí lo que llegó a sufrir en aquel lecho de muerte. Lo que más me dolió, aparte de la muerte de mi hija, fue cuando nos dijo:
Quitarme los pendientes y se los dais a mi hija para que tenga un recuerdo de su madre.

Estas palabras suyas me desgarraron el corazón y jamás las olvidaré. En ese momento pensé que mi hija no se merecía tanto sufrimiento para morir, ya que había sufrido bastante en la vida para merecer esto.

Por fin acabó su sufrimiento el día diez de julio del año mil novecientos noventa y cinco. A los treinta y un años de edad le dimos sepultura en el Cementerio de Torrero de Zaragoza. Y con ella quedó enterrada una parte de mi vida que ya no podré recuperar.

Con la muerte de Paquita quedamos todos traumatizados y aunque se suele decir que el tiempo lo cura todo, no estoy de acuerdo del todo con este dicho. Es cierto que vas asimilando que ese ser querido ya no está, pero te queda un vacío por dentro ya que ese ser querido compartió contigo una parte de su vida, te dio sus besos, sus alegrías, sus sonrisas, y por qué no, también sus penas. Y todos estos recuerdos los tendremos con nosotros hasta el final de nuestros días.

Aunque a pesar de todo piensas que tienes que seguir adelante, porque si bien algunos se fueron hay otros que te quieren y a los que tú quieres, que te necesitan. Por eso creo que bien merece la pena seguir luchando y no defraudar a los que están con nosotros, pues nuestras vidas son como un soplo, una intención de nuestro ser profundo, que actúa y nos da fuerza para seguir viviendo, es algo que no vemos, pero que sabemos que está ahí y nos da la fuerza para levantarnos cada vez que caemos, algo que nutre nuestra alma aunque el camino a recorrer no sea fácil, pero que hará posible que nos apoyemos en el y podamos seguir adelante al lado de los que están con nosotros.

Creo que nunca deberíamos perder la confianza en nosotros mismos pero sí aceptar lo que no podemos cambiar, pero si podemos deberíamos hacerlo sin dudar antes de que sea demasiado tarde, porque nos hará sentirnos bien con nosotros mismos y siempre estaremos a tiempo de volver a empezar, siendo conscientes de nuestros logros y sabiendo disfrutar de ellos y en caso de que nos equivocáramos reconocer nuestros errores porque creo que de cada acierto también puede venir un fracaso y en este caso no tener en cuenta lo malo que nos ha podido pasar.


Fueron pasando años y mi nieto Israel llegó a su mayoría de edad. Según él quería ser más libre y se independizó. Yo pienso que en mi casa todos somos libres, pero que tenemos que guardar unos mínimos de convivencia si queremos que nuestra familia no se rompa y se haga difícil la convivencia.


Mi conciencia la tengo muy tranquila, pues cuando estaba indefenso y en desamparo, lo acogimos, sacamos espacio donde no lo había, lo alimentamos, lo vestimos, lo educamos y cuando estaba enfermo lo llevamos al médico, y como no, lo más importante, tratamos de darle todo nuestro cariño y todo nuestro amor, como si fuéramos sus propios padres. ¿Qué más podemos hacer? Él quiso tomar esta decisión y nosotros se la respetamos.


En cuanto a Jorge, Alex y Raquel continuaron trabajando cada uno donde podían y según sus posibilidades y Tamara y Noemí en el colegio.



Jorge empezó a sufrir unas depresiones que no exteriorizaba. Mi hijo, a pesar del sufrimiento que llevaba dentro, no se lo manifestaba a los demás y aún encontrándose mal nunca le faltaba la sonrisa.

Para combatir estas depresiones el psiquiatra le mandó tomar unas pastillas que se llaman Trankimazin. Nunca consiguió dejarlas, haciéndose cada día que pasaba más adicto a ellas y viéndose obligado a tener que aumentar la dosis progresivamente.

Este tratamiento sería muy negativo para él ya que su empeoramiento iba progresando cada día que pasaba, no demostrando interés por nada.

Por fin un día pude ver en él una salida. Conoció a una chica con la que empezó una relación de noviazgo. A partir de ese momento pude ver en él una ilusión y ganas de vivir. Mi hijo cambió completamente y al final pudimos ver una luz de esperanza.

Su felicidad era evidente, estaba completamente enamorado.

Esta chica estudiaba derecho en Zaragoza y mi hijo no dudó en ayudarle en sus gastos de estudios, pues Jorge siempre fue muy generoso con todos. Él nunca le dio valor al dinero y en ella tenía una fe ciega, hasta el punto de entregarle su tarjeta de crédito para que dispusiera de dinero siempre que le hiciera falta. Además, a él no le importaba comprarle ropa y para sus desplazamientos le compró un coche, como no, pagando todos los gastos que suele originar un vehículo de transporte, seguros, mantenimiento y gasolina.

A esta chica la recibimos en casa como si de una hija se tratara. De hecho nos pareció muy buena persona y llegó a conquistarnos a todos, hasta tal punto que creó en nosotros una ilusión y nos hizo pensar que a mi hijo lo mejor que le pudo pasar en la vida fue el haberla conocido.

Ya llevaban cuatro años de noviazgo cuando terminó su carrera de Derecho. Todo iba como se suele decir viento en popa.

Tengo que aclarar que esta chica tenía una hermana que también había estudiado Derecho. Ésta trabajaba en un bufete de abogados en Barcelona e influyó en ella para que se fuera a trabajar al mismo bufete.

Al principio ella se oponía para no distanciarse de mi hijo e intentó buscar en Monzón un trabajo, pero viendo que no lo conseguía y ante la presión de sus padres cedió marchándose a Barcelona, no sin antes prometer a Jorge que allí buscaría vivienda para poder hacer una vida en pareja.

Y lo cumplió, pues al cabo de estar un tiempo viviendo en casa de su hermana encontró un pequeño piso en Barcelona. Una vez conseguido el piso mi hijo se llevó sus pertenencias y se fue a vivir con su novia.

Allí los dos empezarían a vivir una vida en pareja. Jorge pronto encontró trabajo y los dos empezaron una vida estable. El trabajo que realizaba Jorge conllevaba muchos esfuerzos físicos y siempre estaba expuesto a una temperatura muy alta ya que se trataba de una fundición.

La situación se complicaba más debido a la cantidad de horas extraordinarias que tenía que hacer, no solían bajar de trece horas diarias y a veces hasta los sábados y domingos. Yo en muchas ocasiones aconsejé a mi hijo que no trabajara tanto ya que estaba mal de la columna y en un futuro le podían quedar secuelas. Pero mis consejos no surtían efecto, su respuesta era siempre la misma, que como su novia aún estaba aprendiendo tenían muy pocos ingresos y que les hacía falta mucho dinero, ya que pretendían arreglar el piso. Había que comprar los muebles, el frigorífico, la televisión, la lavadora, etc. Por tanto debería hacer un esfuerzo hasta conseguir lo que se habían propuesto.

Jorge y su novia solían venir a casa de vez en cuando. A pesar de seguir con el tratamiento psiquiátrico yo le veía muy mejorado, con muchas ganas de vivir e ilusionado. Así que mi tranquilidad era evidente, todos veíamos en esta chica la mejor cura para mi hijo.

Ella había logrado para nosotros un milagro, sacándolo de ese desinterés por las cosas que nos rodean y haciéndole entender que bien merece la pena de vivir, amar y ser amado.

Ella era la que hacía y deshacía en casa, figurando todo cuanto tenían a su nombre y él ni tan siquiera disponía de dinero, pues yo mismo vi en más de una ocasión que cuando Jorge necesitaba comprar tabaco o bien tomarse algún café le pedía el dinero a ella. Mi conclusión es que mi hijo se eximió de toda responsabilidad confiando completamente en ella.

Pronto esta chica consiguió superarse en el bufete y su salario fue en aumento, tanto como para superar a mi hijo a pesar de que él estaba reventado de hacer tantas horas.

Un viernes de tantos el jefe de aquel bufete, la hermana de su novia y una niña pequeña que ésta tenía vinieron de Barcelona para celebrar un juicio en Huesca. Y el sábado se vinieron Jorge y su novia con el marido de la hermana de ésta, en su coche. Aquel día Jorge y su novia estuvieron todo el día en mi casa y comimos todos como si todo fuera felicidad y reinara entre ellos la mayor armonía.

Estando los dos de acuerdo, aquella noche se fueron a dormir a casa de los padres de ella, regresando el domingo por la tarde a mi casa.

Jorge se tendría que quedar a dormir en mi casa aquella noche e irse en el tren al día siguiente, ya que según ella no cogían todos en el coche. Porque aunque su jefe se había ido el día anterior en su coche, ella tendría que llevar a su hermana, su cuñado y a la niña que iría en el asiento de atrás en la sillita. Quedaba claro que en el coche no había sitio para él.

Se despidió de nosotros besándonos con aquel semblante sonriente que tanto la caracterizaba, nos abandonó y regresó a Barcelona en compañía de su hermana, cuñado y la niña.

A las nueve de la mañana del día siguiente sonó el teléfono y lo cogió mi mujer. La llamada era de ella y le pidió a mi mujer que se pusiera Jorge.

Al coger el teléfono mi hijo las únicas palabras que pudo oír fueron:
Jorge, no vengas a casa, que te he dejado.

Y le colgó sin dar más explicaciones. Yo mismo pude oír la respuesta de mi hijo:
Pero, ¿qué me dices, cariño?

No sé si ella llegó a oírlo o le colgó antes, pero mi hijo muy nervioso me pidió que lo llevara a la estación de autobuses con mi coche con la intención de llegar lo más pronto posible a Barcelona. Ni siquiera quiso esperar el tren. Yo accedí y lo llevé, pero no llegamos a tiempo, el autobús ya se había marchado.

Regresamos a casa y pidió a mis hijos Juanjo y Raquel que lo llevaran a Barcelona con su coche y se fueron los tres rumbo a Barcelona, hacia su casa.

Cuando llegaron la puerta estaba bloqueada ya que habían cambiado la cerradura, dejando dentro de la casa todas las pertenencias de mi hijo.

Ante este grave problema decidieron los tres ir al bufete donde ella trabajaba para que les diera una explicación de los hechos. Llamaron al timbre e identificándose pidieron por favor que bajara para poder hablar con ella.

Su hermana les hizo saber que entre su hermana y Jorge todo había acabado. Y mintió diciendo que se encontraba ingresada en una clínica a causa de las depresiones que tenía por culpa de mi hijo. No obstante dijo que ella bajaría para hablar con ellos.

No tardó mucho en bajar, acompañada por su jefe. Juanjo y Raquel hablaron con ellos del problema, pero ellos se mostraron muy duros y les dijeron que si ella no deseaba vivir con Jorge no estaba obligada a ello. También le dijeron a Jorge que por su bien debería dejar las cosas como estaban, si es que no quería verse en un montón de problemas, y que si su intención era molestarla, para empezar, le pondrían una demanda por malos tratos psicológicos. Además, dijeron que no olvidara que estaba tratando con abogados.

La respuesta de mis hijos a estas insinuaciones o coacciones, fue que por muy abogados que fueran, lo que habían hecho bloqueando la puerta y dejando las pertenecías de Jorge dentro de casa no se podía hacer. Pero su respuesta fue inmediata:
Todas sus pertenencias se las mandaremos en breves días a través de una agencia.

Juanjo y Raquel insistieron en que Jorge denunciara estos hechos, pero mi hijo no deseaba hacer ninguna denuncia a la persona que amaba. Yo creo que tenía fe y creía que aún volvería con ella. Yo como padre lo único que podía hacer era traérmelo a casa. Y eso es lo que hice, adapté una habitación para él y me lo llevé a casa.

A la semana se recibieron unos paquetes con sus cosas más íntimas como ropa, documentos y unos álbumes de fotos. Esto fue lo único que se recibió, lo demás lo perdió todo. Allí se quedaron todos sus esfuerzos, sus ilusiones, sus esperanzas y, como no, su amor, porque él nunca dejó de quererla a pesar de todo el mal que le hizo.

Sé que mi hijo intentó en más de una ocasión ponerse en contacto con ella pero sus llamadas no obtuvieron respuesta.

A consecuencia de su fracaso amoroso perdió las ganas de vivir.

La primera semana de estar en casa se negó a comer, no probando bocado durante toda la semana a excepción de agua y algún café con leche. Yo no le veía ninguna salida a todo esto y, mientras, las dosis de medicación para sus depresiones fueron en aumento.

Durante toda la semana se pasaba el día de la televisión a la cama y de la cama a la televisión, y si salía el fin de semana se desmadraba bebiendo alcohol, cosa que con aquellas pastillas era una bomba de relojería.

Un fin de semana me llamaron del hospital de Barbastro para comunicarme que mi hijo se encontraba ingresado allí por un intento de suicidio. Había injerido una caja entera de pastillas y las había mezclado con mucho alcohol. En esta ocasión pudieron salvarle la vida y lo mandaron al hospital de Huesca a la sala de Psiquiatría. Allí estuvo ingresado un tiempo y le cambiaron el tratamiento.

En una de las visitas que le hicimos nos llevamos su ropa para lavarla y al mirar sus bolsillos antes de introducirla dentro de la lavadora vimos una nota que suponemos que escribió antes del intento de suicidio. En ella decía que había llegado a la determinación de quitarse la vida porque su vida sin su pareja no tenía sentido para él. De la nota saqué la conclusión de que además de sentir un amor ciego a esta persona, también sentía odio por la traición a su amor, ya que en la nota también decía “ a mi entierro que no venga mi novia ni ninguno de su familia”. La nota terminaba “os quiero a todos, y espero que sabréis perdonarme”.

Yo nunca le insinué a él nada sobre la nota tan amarga que nos dejó, pero sí que le dije:
Jorge, si algo significamos para ti y por el amor que te tenemos, no nos des este sufrimiento. Ya hemos perdido a tu hermana y no te queremos perder a ti. Creo que no lo soportaríamos.

Ante esta súplica mía, me contestó:
Tranquilo, no me quitaré la vida.

Pero su empeoramiento era evidente y aunque no exteriorizaba su sufrimiento, sus padres sí que podíamos ver la tristeza que le envolvía. En sus ojos se podía apreciar lo que llevaba dentro, aunque por nosotros siempre se forzó para que no nos faltara su sonrisa, su bonita sonrisa.

Para mí mi hijo ya no vivía en este mundo. Si salía a la calle nuestro sufrimiento no tenía límites, ¿cómo podíamos dormir después de la experiencia que habíamos vivido? Cuando salía, ya no nos extrañaba que nos llamaran desde el Hospital de Huesca y nos digieran que estaba ingresado, pues estábamos acostumbrados.

Un día de fin de semana en que mi hijo había salido llamó al timbre un policía municipal. Nos dijo que mi hijo intentaba suicidarse y que a pesar de ir tras él para que desistiera, se les había escapado y no conseguían encontrarlo.

Yo, muy nervioso, me levanté y empecé a dar vueltas por todo el pueblo esperando poder encontrarlo. Pero todo fue en vano, por más vueltas que di no logré encontrarlo por ninguna parte.

Desistí de aquella búsqueda y regresé a casa pensando que ya se habría ido él al hospital para que lo ingresaran, pues como he dicho anteriormente esto era habitual en él.

Me equivoqué. Encontraron a mi hijo muerto en la vía del tren. Al final había conseguido lo que desde un principio se propuso, poner fin a su vida dejándonos a todos en la más completa desolación.

El día veintiséis de marzo del año dos mil dos, dimos sepultura a mi hijo en el Cementerio de Monzón.

De nuevo estoy sin palabras para definir el dolor por la pérdida de un hijo.

Cuando vas por la calle y te encuentras con amigos, hablas con ellos e incluso les sonríes, haciendo ver que estás con ellos viviendo ese momento, pero no lo estás, porque todo es forzado, tu mente no está viviendo ese momento, porque no está allí. Está en otro sitio, en el recuerdo de ese hijo que se fue y que mientras vivas no lograrás apartar de tu mente.

El Comienzo de un Nuevo Calvario.1975

P

aquita se aficionó a la guitarra flamenca y se convirtió en una niña prodigio con este instrumento, pues antes de llevar un año de aprendizaje fue nombrada guitarrista oficial en varias peñas flamencas. Como la peña flamenca de Cerdanyola, la peña flamenca de San Celoni, la Casa de Andalucía de Mataró y la peña flamenca de Premia de Mar.

Paquita mejoraba vertiginosamente con la guitarra, llegando a crear en nosotros una gran ilusión, pues el teléfono no paraba de sonar porque la llamaban para tocar en todos aquellos festivales flamencos y desde luego cobrando sus honorarios.

La mayoría de las veces cuando iba a tocar fuera de la localidad en aquellos festivales, solíamos acompañarla y cuando sentía los aplausos que mi hija recibía en sus actuaciones, mi corazón se aceleraba y mis latidos se ponían a cien por hora.

Pero al igual que nos creó una ilusión y durante algunos años dio sentido a nuestras vidas, Paquita fue la causa de que durante muchos años mi familia y yo cayéramos en la mayor desgracia que a una familia le pueda suceder.

Normalmente, como teníamos coche propio, aprovechábamos para ir al campo o a la playa los días en los que yo no trabajaba, normalmente los fines de semana y los días de fiesta.

Un domingo de aquellos habíamos decidido ir al campo para salir un poco de la monotonía de la ciudad. Sobre las nueve de la mañana, cuando todos estábamos preparando el viaje que habíamos programado el día anterior, mi mujer se encontraba en la cocina preparando los bocadillos que íbamos a llevar.

En ese momento llamó a la puerta una vecina ya mayor que vivía en el segundo piso con su hijo y nuera. Con ella manteníamos una relación de amistad y casi de familia, ya que también era de nuestra tierra. La pobre mujer estaba desde hacía tiempo con depresiones y decidió que lo que pretendía hacer le saldría mejor desde mi piso, ya que nosotros vivíamos en un quinto, mientras que el de ella era el segundo.

Le abrimos la puerta y la invitamos a que pasara. Ella le preguntó a mi mujer que cómo tenía las plantas y que si las podía ver. No nos extrañó, ya que tanto a ella como a mi mujer les gustaban mucho las plantas.

Mi mujer la invitó a que saliera al balcón que era donde las teníamos para que viese por sí misma cómo estaban y la dejamos sola por un momento, mientras nosotros continuábamos organizando nuestra excursión. Mi mujer volvió a la cocina a preparar los bocadillos y se olvidó por un momento de esta mujer.

De repente, vimos a mi hija Paquita que venía desde el balcón toda desencajada gritando como una loca. Nerviosos y sin comprender este comportamiento en nuestra hija, le preguntamos el porqué de ese ataque de histeria que le dio. Pero Paquita no reaccionaba, después de los gritos se había quedado muda sin poder pronunciar palabra.

Por fin dándole unos golpes en la espalda gritando balbuceó:
La señora Isabel se ha tirado por el balcón.

Nos quedamos petrificados por un segundo.

Cuando reaccioné y fui al balcón y miré hacia abajo. La señora Isabel estaba tirada en el suelo.

Angustiado y nervioso, bajé las escaleras de tres en tres ya que carecíamos de ascensor y al llegar donde esta mujer yacía, vi que todavía movía los ojos.

Avisamos a una ambulancia pero ya era demasiado tarde, estaba muerta.

¡Menudo problema que nos había caído eligiendo esta mujer mi casa para suicidarse!

Aparte del trauma psicológico que nos ocasionó esta mujer, tuvimos suerte de que esta tragedia no nos perjudicara en nada, ya que, gracias a Dios, no tuvimos el mínimo problema con la justicia, pues su hijo, que era también como de la familia, nos contó a nosotros y a la policía que su madre debía tener previsto de suicidarse ya que el día anterior hizo un recorrido por todas las casas de sus familiares, como si pretendiera despedirse de ellos y decirles el ultimo adiós.

Fueron transcurriendo los años y Paquita ya tenía dieciséis cuando conoció al hombre que sería el culpable de cambiar el rumbo de su vida y no para bien.

En principio yo traté de aconsejarle que terminara su relación con este hombre, ya que sabía que frecuentaba el mundo de la droga. Pero mis consejos, como casi todos los consejos que se dan, fueron inútiles y cayeron en saco roto.

Viendo la imposibilidad de apartarla de él, por mi hija terminé cediendo e incluso lo llevaba en el coche cuando acompañaba a mi hija en los desplazamientos que tenía que hacer, para actuar en los festivales a los que antes me referí.

Después de llevar un tiempo noviando con mi hija, en una de aquellas actuaciones y cuando el festival había finalizado, un señor se dirigió a mí diciéndome:
Vaya usted a los lavabos, que creo que su hija tiene algún problema.

Rápidamente me dirigí a los servicios y allí pude ver a mi hija llorando desconsoladamente y su novio dándole empujones, mientras la insultaba con palabras obscenas que preferiría no reflejarlas aquí.

Al ver este panorama tan nefasto para mi hija y para mí, no pude contenerme y pegué a este hombre. Yo no podía consentir que a mi hija la insultaran con aquellas palabras y mucho menos que la empujara de aquella forma.

El tipo, muy nervioso, me confesó que había dejado en estado a mi hija. Fue como una bomba de relojería para mí, me volví loco y entonces es cuando le pegué de verdad.

No podía controlarme ya que afloró toda la adrenalina que llevaba dentro y toda la rabia que estaba guardando desde hacía tiempo. Soy consciente de lo que hice estuvo mal, pero ni yo mismo sé el porqué llegué a aquel extremo.

Más tarde se casaron y buscaron un piso de alquiler, pero yo no veía salida para este matrimonio, ya que con las condiciones de vida que solían llevar, no podía salir bien. Él, en los trabajos que encontraba, no solía durar mucho tiempo y con lo que ganaba mi hija en las actuaciones, no era suficiente. Así que sabía que más tarde o más temprano pasaría lo que yo intuía, su disolución.

El día dos de agosto de mil novecientos ochenta y uno mi hija tuvo al hijo que estaba esperando, al que pusieron el nombre de Israel.

Un día de aquellos Jesús María, que era como se llamaba el marido de mi hija, se presentó en casa para decirme que mi hija se pinchaba heroína y que un traficante de drogas la había raptado a ella y a su hijo.

Ni que decir tiene cómo quedamos nosotros ante esta noticia tan dramática, estábamos desolados. Denunciamos el hecho a la policía y así pudimos enterarnos bien de por qué había pasado esta desgracia.

Jesús María estaba enganchado a la heroína y fue él el que incitó a mi hija para que entrara en el mundo de las drogas. Como no tenían dinero para abastecerse los dos y mi hija necesitaba pincharse, dejó a Jesús María y se fue con quien sabía que siempre la abastecería, con este traficante que además de tener mucho dinero, tenía siempre la heroína que necesitaba.

Pasamos unos días horrorosos sin saber dónde se encontraba mi hija. No conseguíamos ni comer, ni dormir y no dejábamos de llorar. Siempre pendientes del teléfono por si llamaba mi hija.

Cuando me acostaba para intentar dormir, tenía que dar la vuelta a la almohada, ya que estaba húmeda de las continuas lágrimas que derramaba sobre ella.

No se puede expresar con palabras, y menos reflejarlas con profundidad en estas líneas, el sufrimiento que tanto mi mujer como yo mismo tuvimos que padecer.

Aquí, con Paquita, empezaría nuestro verdadero sufrimiento, sufrimiento que duraría muchos años.

Sabía que Jesús María tenía algún contacto con mi hija, así que le pedí que, por favor, cuando viera a mi hija le dijera que nos llamara por teléfono, al menos, para saber cómo se encontraba ya que toda la familia estaba sufriendo mucho.

A los dos días, sobre las veintiuna horas, sonó el teléfono y por fin pudimos escuchar la voz de nuestra hija. Nos dijo que se encontraba en Almería, en un pueblecito de la comarca de Los Vélez llamado María. Después de hablar con ella y sabiendo que con aquel traficante mi hija se encontraba en peligro, acordamos dejar algunos de nuestros hijos con mis vecinos Julián y Fabiana que se ofrecieron desinteresadamente ayudarnos en todo lo que nos hiciera falta.

Una vez resuelto donde dejar a los niños, nos propusimos hacer un viaje relámpago y recuperar a mi hija de las garras de aquel sinvergüenza.

Todo fue muy precipitado, pero algo en mi interior me decía que lo que iba hacer era lo correcto. ¡Yo no podía dejar a mi hija en manos de criminales! Costara lo que costara me propuse sacar a mi hija de las garras de la droga.

A las veintidós horas cogimos el coche y pusimos dirección a Almería, llevándonos con nosotros a nuestros hijos Jorge y Alejandro, ya que no podíamos dejar a tantos niños a cargo de mi vecina.

Este precipitado viaje no tenía otro objetivo que llegar al pueblo desde el que mi hija nos llamó por teléfono antes de que amaneciera, ya que nos dijo que a la mañana siguiente se irían hacia Granada.

Le apreté al coche todo lo que pude, haciendo solamente una parada para tomar un café y repostar gasolina, pues eran setecientos kilómetros y si quería llegar antes de que levantaran el vuelo, tendría que correr todo lo que el coche me permitiera.

A las ocho de la mañana estaba ya en el pueblo de María, pero antes ya me había informado de la marca del coche que tenía este malnacido.

Era un Renault 5 blanco con matricula de Barcelona.

No tardé en encontrarlo pues es un pueblo pequeño.

Entramos dentro de aquel hostal en el que estaba aparcado el coche y nos dirigimos a una señora que había detrás de la barra, preguntándole discretamente que si se alojaban allí un matrimonio con un niño pequeño.

La mujer, que resultó ser la dueña, nos respondió que sí y poniéndome un poco nervioso la pregunté si en verdad sabía a quien había alojado en su hostal. Le hice saber que había alojado allí a un traficante de drogas y que éste se había llevado a mi hija. También le dije que yo había venido desde Barcelona dispuesto a llevármela por encima de todo y que estaba dispuesto a enfrentarme a él si fuera necesario con tal de conseguir mi objetivo. También le hice saber que avisaría a la Guardia Civil porque este hombre era muy peligroso.

La mujer, ante mi nerviosismo, trató de calmarme por todos los medios. Nos invitó a que tomáramos algo diciéndonos que así hablaríamos más tranquilos del problema e intentaríamos solucionarlo de la mejor manera posible.

Según me hizo saber, quería y debía evitar el escándalo en su negocio, ya que ella dependía de su clientela y lo que yo pretendía hacer y más tratándose de un pueblo pequeño, sería muy negativo para ella.

Me propuso que ella avisaría a mi hija de que sus padres estaban allí y que habían venido a por ella para ayudarla. Por mi parte y ya un poco más relajado decidí hacerle caso y esperamos a que avisara a mi hija. Pensé que si ella estaba dispuesta a venirse con nosotros evitaríamos más problemas pues al fin o al cabo a mí lo que me interesaba era tratar de recuperar a ella y al niño.

Afortunadamente poco después vimos bajar a mi hija por unas escaleras portando unas bolsas de viaje y el niño en los brazos.

Afortunadamente porque el traficante iba armado y en el estado en que yo me encontraba sin duda las cosas no habrían terminado bien.

Después de saludarnos sonriendo con un simple “hola”, nos besó como si no hubiera pasado nada y nos dijo “vamos a casa”.

Nos despedimos de esta señora y le dimos las gracias por las molestias que le hubiésemos podido ocasionar y por su ayuda para que los acontecimientos se arreglaran de la mejor manera posible para ambos. Después nos subimos al coche, satisfechos de que todo hubiera salido sin el menor contratiempo.

Nos dirigimos a Vélez-Rubio, que no queda muy lejos de María, a una casa que el tío Bernardo tenía a las afueras del pueblo y donde también vivía mi madre.

Al llegar a la casa, mi madre se extrañó de nuestra visita por sorpresa y sin avisar y enseguida pensó que algo había ocurrido. Nosotros tratamos de tranquilizarla y le mentimos diciendo que habíamos querido darle una sorpresa con nuestra inesperada presencia, pues no quisimos hacerla sufrir contándole nuestros problemas.

Estuvimos dos días en compañía de mi madre y del tío Bernardo antes de irnos a Barcelona.

Nunca me ha gustado curiosear en el bolso de nadie, pero en este caso no pude evitarlo y sin que mi hija me viera registré su bolso sospechando que pudiera llevar droga. Mis sospechas fueron acertadas ya que le descubrí unas papelinas que contenían unos polvos.

Enfadado y aprovechando que estábamos solos le dije a mi hija gritando:
Mira lo que hago con esta mierda.

Tiré al suelo las papelinas y con el pie las pisé repetidamente rompiéndolas y mezclando los polvos que contenían con la tierra. Aquella noche mi hija se puso muy mal con temblores y quejándose. Yo le dije que la llevaría al médico pero ella se opuso rotundamente.

Más tarde sabría que lo que tuvo mi hija fue el famoso “mono” que les da a todos los que se drogan cuando les falta la dosis. Pero en aquel tiempo, yo ignoraba todo lo relacionado al mundo de las drogas. Después de estar dos días con mi madre nos despedimos y emprendimos el viaje de regreso a Barcelona.

Llegamos a casa satisfechos de haber recuperado a mi hija y empezamos una vida normal con mi hija y mi nieto en casa, pues yo estaba dispuesto acoger a mi hija y a mi nieto dándoles oportunidad de rehacer su vida.

Mi ilusión no duró mucho tiempo, apenas llevaba una semana en casa cuando Paquita desapareció de nuevo con su hijo, dejándonos una nota en la que decía que no la buscáramos, ya que ella tenía derecho a elegir su forma de vida. También decía que se iba otra vez con el hombre del que yo la aparté en contra de su voluntad.

Esto nos afectó mucho, ya que vimos que todo nuestro empeño para intentar sacar a mi hija de las garras de aquel malnacido no había servido para nada.

Triste, desolado y aún en contra de mi voluntad, acepté lo que mi hija me imponía. Mi impotencia era grande y pude darme cuenta de que estaba en un laberinto sin salida.

A la semana de habernos abandonado, mi hija se presentó en casa acompañada de mi nieto y nos dijo que ella era muy feliz y que no le faltaba de nada y como prueba de ello nos enseñó unos cuantos billetes de dólar.

Que llevara esta divisa americana me extrañó, pues en aquel tiempo la gente humilde no solía llevar esta moneda. Esto me convenció aún más de que aquel malnacido era un verdadero mafioso y un narcotraficante.

Lo único que en aquel momento se me ocurrió que podía hacer era decirle que ella y el niño podrían venir a casa cada vez que quisieran, pero que ni se le ocurriera traer a ese hombre, pues yo no deseaba verlo y menos llegar a conocerlo.

Durante el tiempo que vivió con este traficante mi hija continuó haciéndonos visitas casi todas las semanas, hasta que ocurrió lo que era de esperar. Este individuo fue detenido y más tarde me enteré por mi hija que murió en la cárcel ahorcado.

Muerto el narcotraficante Paquita y Jesús María volvieron a reconciliarse, empezando de nuevo a vivir en pareja. Pero yo seguía sin verles futuro por ninguna parte, pues enganchados los dos a las drogas el dinero no les alcanzaba nunca para terminar el mes, llegando al extremo de no poder pagar el alquiler e incluso llegando la compañía eléctrica a cortarles la luz, por impago.

El Nacimiento de Nuestros Hijos.1960-1988

N


os preparamos para recibir a nuestra hija Isabel. A mi mujer le asignaron la comadrona en Ripollet.

En aquel tiempo, y siempre que no hubiera peligro para la madre, el niño nacía en casa con la asistencia de la comadrona, pero estaba claro que los problemas nos perseguían hasta para el nacimiento de mi hija.

El día cuatro de noviembre sobre las veintidós horas mi mujer empezó con los dolores de parto. Poco antes de que mi mujer empezara a tener los primeros síntomas empezó una gran tormenta, muy similar a la que tan malos recuerdos nos había dejado.

Las viviendas estaban situadas fuera de Cerdanyola, prácticamente aisladas, pues estaban en el campo, con el agravante de que en aquel tiempo ni nosotros ni ninguno de nuestros vecinos teníamos teléfono ni coche. Aquella noche la lluvia era torrencial, con unos relámpagos y truenos que no cesaban. Y por si faltaba poco nos quedemos sin el fluido eléctrico, teniendo que recurrir a unas velas para alumbrarnos.

Mi mujer seguía quejándose fuertemente de sus dolores y yo no sabía que hacer, así que la dejé con mi suegra y con dos vecinas que se ofrecieron por si en algo podían ayudar y preocupado ante la situación que se nos presentaba, salí corriendo en busca de la comadrona.

Ésta vivía a unos tres kilómetros de nuestra casa y para llegar a Ripollet había que cruzar un puente.

Llegué corriendo al puente, pero me quedé petrificado al ver con mis propios ojos lo que tenía delante. Donde debía estar el puente ya no había nada, el río se lo había llevado. Retrocedí desorientado y sin saber el camino que iba a tomar. Y dándole vueltas a la cabeza me vino a la memoria que había otra comadrona que vivía en Cerdanyola y pensé que aunque no era la que tenía asignada, si le explicaba mi situación podría ayudarnos y asistir a mi mujer. Así que sin saber donde vivía y sin dejar de caerme el agua encima, busqué como pude la casa de esta señora.

Cuando la encontré, golpeé insistentemente la puerta ya que el timbre no funcionaba.

Ante mi insistencia se asomó a una ventana y muy enfadada conmigo por mi testarudez golpeando la puerta, me preguntó que qué demonios me pasaba y que si estaba loco.

Me disculpé por haberle aporreado la puerta, le conté mi problema y le pedí que por favor ayudara a mi mujer que se encontraba de parto. Por fin cedió dispuesta a acompañarme, pero no sin antes decirme que buscara un taxi para poder desplazarnos. Intenté buscar el taxi, pero aquella noche con la tromba de agua que estaba cayendo, parecía ser que se los había tragado la tierra, además de que los taxis que por entonces existían en Cerdanyola eran pocos.

Finalmente la comadrona llamó a un taxi desde el teléfono de su casa, que no tardó en presentarse.

Nos dirigimos a mi casa temiendo lo peor ya que mi mujer no tenía ninguna asistencia aparte de mi suegra y las dos vecinas.

La comadrona le indicó al taxista que esperara en la calle mientras visitaba a mi mujer, y después de reconocer a mi esposa y viendo que ni tan siquiera teníamos agua ni luz, decidió que para evitar problemas la llevaríamos al Hospital Clínico de Barcelona.

La cosa no era tan sencilla, ya que aquellas calles no estaban asfaltadas, el taxi se había atascado y el taxista muy enfadado por la mala situación de aquellas calles, me pidió un pico y una pala para echar tierra delante de las ruedas y probar a sacar el coche de aquel barrizal.

Como es natural yo carecía de esas herramientas así que me dirigí corriendo a la fábrica en la que trabajaba y que estaba a pocos metros. Allí me dejaron las herramientas necesarias y por fin logramos sacar el coche y dirigirnos al hospital.

Por lo demás el parto fue muy bien y mi hija Isabel vio la luz por primera vez el día cinco de noviembre a las tres de la mañana en el Hospital Clínico de Barcelona. Era una niña preciosa y vino para alegrarnos la vida, sacándonos de tantos contratiempos y de tantas tristezas que hasta la fecha siempre nos habían acompañado. Ella fue la que en aquellos años de tristeza dio sentido a nuestras vidas e hizo que, por un momento, nos olvidáramos del pasado y que la alegría entrara en nuestra casa.

Pero no se quedaría sola, necesitaba una hermanita para compartir sus juegos. Siendo conscientes de ello escribimos a la cigüeña y nuestros deseos fueron complacidos.

El doce de enero del año mil novecientos sesenta y cuatro a las cuatro de la mañana y con una diferencia de edad de tan sólo catorce meses se presentó Paquita, otra niña que vino a engrosar la alegría de la casa.

Si Isabel era preciosa Paquita no se quedaba atrás. Mi mujer y yo estábamos muy ilusionados y contentos con estas dos hijas tan guapas. Nos esperaban unos cuantos años de felicidad. Además la economía mejoró notablemente en casa pues tuve suerte de poder seguir trabajando en una buena empresa y por fin, la estabilidad y la ilusión hicieron acto de presencia en mi casa.

Me saqué el carné de conducir y nos compramos un coche, aunque eso sí, de segunda mano. También nos compramos una televisión ¡un lujo! pues en aquel tiempo no todo el mundo tenía televisión. Así que de aquellos años no nos podemos quejar.

Cuando era verano y llegaban las vacaciones, cogíamos nuestro coche y nos íbamos a Almería, repartiendo los días que teníamos entre la casa de mi suegra y la de mi madre. En un viaje de aquellos se vino con nosotros a Barcelona mi cuñada Adelina, hermana de mi mujer.

Ella tenía unos siete años y estuvo una temporada con nosotros. Cuando le entraron ganas de volver con su madre aprovechó la coincidencia de que mi hermana Rosa iba a Almería para ver a mi madre, para irse con ella y regresar al lado de su mamá. Porque a pesar de que estaba a gusto en casa, a esa edad todos sabemos que lo que más añora uno es estar al lado de sus padres.

Estaba claro que nosotros estábamos predestinados para ser una gran familia numerosa pues a los dos años y medio del nacimiento de Paquita la cigüeña se acordó otra vez de nosotros. En este caso fue un niño lo que trajo.

El día doce de julio de mil novecientos sesenta y seis a las siete de la mañana nació mi hijo Juan José.

Al igual que Isabel y Paquita su venida a este mundo nos llenó de nuevo de satisfacción. Pues como ya he comentado nuestra economía iba bien y nos permitía criar a nuestros hijos sin privaciones. Teníamos lo normal, lo que una familia necesita para poder vivir decentemente, aunque eso sí, no podíamos permitirnos muchos lujos.

En el año mil novecientos sesenta y siete recibimos un telegrama de mi suegra en el que nos decía que mi suegro se encontraba muy grave. Preparamos precipitadamente el viaje de mi mujer y acordamos que yo me quedaría con Isabel y mi mujer se iría en el tren a Almería con los dos más pequeños, Paquita y Juan José, pues al tener yo que trabajar, me era imposible quedarme con los tres y más siendo tan pequeños.

Por desgracia cuando llegó mi mujer ya habían enterrado a su padre.

Con la muerte de su marido mi suegra quedó muy afectada. Completamente sola tendría que hacer frente a unos años muy duros y difíciles de superar, con la economía por los suelos y con hijos aún pequeños a su cargo. Difícil lo tenía para seguir adelante.

Pero como dice el refrán, Dios aprieta pero no ahoga y en este caso este dicho fue acertado al conocer a José.

Éste vivía en Andorra y los dos en dicha localidad formaron pareja durante unos veinticinco años. Con José la vida de mi suegra dio un giro de ciento ochenta grados y pudo vivir hasta el fallecimiento de su pareja un largo periodo de tiempo de felicidad sin que llegara a faltarle nada.

En mil novecientos setenta a las once de la noche la cigüeña vuelve a ser generosa con nosotros y nos deja a mi hijo Jorge en Sabadell. Como ya sabéis, éramos cinco en casa y pasamos a ser seis de familia, pero igualmente seguimos viviendo holgadamente y como dice el refrán, donde comen cinco pudimos comer seis.

Por este tiempo se vino a vivir con nosotros mi cuñada Adelina y mi cuñado Ramón, hermanos de mi mujer, pues en Almería no encontraban trabajo y aquí en Cerdanyola tuvieron la oportunidad de poder trabajar los dos, y aunque el piso era pequeño pusimos literas y logramos hacer un hueco para ellos.

Tanto a Ramón como a Adelina siempre los he querido como a mis propios hermanos, ya que su comportamiento hacia mí siempre fue respetuoso y correcto.

Un día que me tocaba el turno de noche al llegar los compañeros que nos hacían el relevo nos comentaron que habían visto un accidente de circulación horroroso, que habían muerto quemados los cuatro ocupantes de uno de los vehículos.

Al llegar a casa y antes de acostarme a dormir se lo comenté a mi mujer, ignorando que uno de los fallecidos era mi propio cuñado.

Sobre las once de la mañana se presentó en casa un policía municipal a traernos la mala noticia. Nos afectó mucho a toda la familia. Avisamos a mi suegra, a mis cuñados Juan y Ana que vivían en Andorra y a mi cuñado Domingo que vivía en Francia.

Éstos no tardaron en venir, pero el trago más amargo me tocó a mí, cuando a la pura fuerza tuve que desplazarme al depósito de cadáveres para proceder al reconocimiento del cadáver de mi cuñado.

El cuadro que vi fue de lo más horroroso y desagradable. Estaban cuatro cadáveres quemados y encogidos, con las manos puestas sobre sus caras, como si hubieran tratado de protegerse el rostro cuando ocurrió el accidente.

Para mí los cuatro eran iguales y no era capaz de reconocer a mi cuñado, ya que los cuatro estaban carbonizados e irreconocibles. Recordé que mi cuñado anteriormente había tenido un accidente de moto dejándole una cicatriz en la cabeza y se lo indiqué al forense por si podía serle útil para reconocerlo.

Se puso unos guantes y fue palpando la cabeza de los cuatro cadáveres. Cuando llegó al de mi cuñado dijo en voz alta “éste es”. La verdad que todo esto me afectó mucho y nunca he logrado olvidarlo, pues tengo que decir que yo soy una persona muy sensible y hubiera preferido no tener que pasar por aquel horrible cuadro.

Creo que Ramón era especial. Nunca tuvo nada suyo, pues lo que tenía era de todos. Lamento de verdad, que una persona como él, nos dejara cuando empezaba a vivir, con apenas veintiún años de edad. Pienso que él intuía que su vida no iba a ser larga, pues siempre decía que él no iba a vivir mucho, que su fin estaba cerca, e incluso unos días antes de morir se hizo un seguro de enterramiento. Es como si no quisiera molestar a nadie de la familia con los gastos de su entierro.

La última vez que pude verlo estuvo ayudándome a adornar el árbol de Navidad. Se fue pero no sin antes dejar apartados para sus sobrinas los juguetes de Reyes. En los pocos años que le tocó vivir estuvo al servicio de los demás y pasó por esta vida sin encontrar la felicidad y sin apenas llegar a vivir.

Después de la trágica muerte de Ramón pasamos unos años de tranquilidad y de bienestar al lado de nuestros hijos y mi cuñada Adelina.

Pero Adelina en un viaje que hizo Andorra para ver a su madre conoció el amor de su vida, Jean, con el que se casó. Allí se quedó a vivir y del fruto de su matrimonio nacieron dos niñas, Natalie y Cristina.

La cigüeña nos visito una vez más el día trece de junio a las trece horas del año mil novecientos setenta y siete. En este caso nos dejó un niño precioso al que pusimos por nombre Alejandro, o Alex, como cariñosamente le llamamos.

Fueron pasando los años y en mi casa no nos faltaba de nada, y a pesar de que éramos familia numerosa, vivíamos todos en armonía como cualquier familia normal. En mi casa reinaba la felicidad ya que tuve la suerte de haber dado con una mujer responsable de su casa y de sus hijos, pues debo decir que una de las cosas que mejor hice en toda mi vida, fue la elección de mi mujer. Con ella compartí penas y alegrías siendo para mí un modelo de mujer y si se pudiera retroceder en el tiempo y empezar de nuevo, no cabe la menor duda que la volvería a elegir como compañera y esposa.

Veintitrés meses después, el día nueve de mayo del año mil novecientos setenta y nueve nace Raquel en la clínica de Sabadell.

Raquel es una persona muy sentimental y muy sentida, amante de la familia y aunque de vez en cuando suele discutir con sus hermanos, la sangre no llega al río ya que a los cinco minutos se le ha pasado el enfado, y ya está en armonía con todos como si no hubiera pasado nada. Además es muy generosa y lo que ella tiene, es de todos. Claro que mientras siga así difícil lo tiene para ahorrar un euro.

A Barcelona.1961

C

omo apenas teníamos equipaje para llevarnos, pedí la cuenta en la empresa y nos subimos al tren con dirección hacia Barcelona. Una vez que llegamos nos dirigimos a Rubí directamente, en donde residía mi hermana Isabel.

Nos recibieron con los brazos abiertos dispuestos ayudarnos en lo que buenamente pudieran y al día siguiente mi cuñado Juan enseguida me encontró trabajo en la construcción. De momento y hasta que pudiésemos encontrar una vivienda nos quedamos a vivir en casa de mi hermana, desde luego muy apretujados ya que la casa era más bien pequeña.

En la actualidad pienso en el esfuerzo que tuvieron que hacer mi hermana y mi cuñado para sacar espacio de donde no lo había y acomodarnos los dos matrimonios y la niña. Sin duda estoy en deuda con ellos.


Como la casa era pequeña pensé que debíamos empezar a buscar vivienda cuanto antes, ya que mi hermana y cuñado habían hecho por nosotros más de lo que podían. Tendríamos que espabilarnos y solucionar nuestros problemas.

Por mediación de un tío de mi mujer que vivía en Ripollet encontramos en esa localidad una habitación que un matrimonio nos realquiló con derecho a utilizar la cocina. También allí encontré trabajo en la construcción por lo que nos trasladamos a Ripollet.

Del matrimonio que nos realquiló aquella habitación poco bueno puedo contar. Mientras ellos pagaban de alquiler por toda la casa quinientas pesetas a nosotros nos hacían pagar trescientas cincuenta por una habitación pequeña. Pero la cosa no se quedaba ahí pues esta señora abusó de la prudencia de mi mujer haciéndola trabajar prácticamente como si de una criada se tratara. También nos substraía parte de la comida que comprábamos sin ninguna clase de escrúpulos e incluso una vez me robó la cartera con todo el dinero que había cobrado y que precisamente era el único que teníamos para comer aquella semana.

Ni tan siquiera tuvo la delicadeza de devolverme el D.N.I., y en aquel tiempo para poder sacarme uno nuevo tuve grandes problemas porque no me acordaba del número y, según la policía en Madrid, no le constaba que yo tuviera documento nacional de identidad. Después de un tiempo y muchos problemas me recomendaron que me lo sacara como si fuera la primera vez.

Nuestra intimidad en aquella casa también era nula. Aquella mujer no tenía educación, ni ética, ni moral, llegando hasta el atrevimiento de llevarse varios artículos de la tienda donde nosotros comprábamos, apuntándolos a nombre de mi mujer.

Quien lo pasaba peor era mi pobre mujer, pues yo me iba a trabajar y prácticamente menos el domingo y algún día de fiesta, estaba siempre fuera.

Si en aquella casa estábamos mal, en el trabajo no nos iba mejor. La jornada era de sol a sol y el salario hicieras las horas que hicieras, eran de quinientas veinticinco pesetas semanales. Además, tenía que atender a dos albañiles al mismo tiempo. Y esto se complicaba más cuando estábamos trabajando con mortero ya que tenía que servir la mezcla a los dos a la vez. Esto para mí era imposible teniendo en cuenta que todo había que hacerlo manualmente, pues aquellos albañiles hacía poco tiempo que trabajaban por su cuenta y no tenían las herramientas adecuadas.

Tampoco tenía protección alguna de la Seguridad Social y si llovía y el trabajo lo teníamos a la intemperie, me mandaban a casa y ese día no cobraba.

Al poco tiempo mi mujer se puso enferma y sufrió un aborto. No teníamos ningún medio económico ni protección de ninguna clase. Además aquella semana no paró de llover y en el trabajo me mandaron a casa. Avisamos a un médico sin saber con qué dinero le íbamos a pagar, pero mi mujer estaba muy mal y yo no podía hacer otra cosa. El dinero ya lo buscaríamos donde pudiéramos. No obstante este hombre se portó muy bien con nosotros y aún sin saber si iba a cobrar, no dejó ni un solo día de visitar a mi mujer.

Desesperado, recuerdo salir en busca de un trabajo digno, que aunque lloviera no tuviera que dejar de trabajar y en el que tuviéramos algún tipo de protección médica.

Después de recibir el no en la mayoría de las fábricas y cuando ya estaba dispuesto a regresar a casa pasé por una calle en la que había una fábrica de baldosas.

Sin pensármelo dos veces entré para pedir trabajo y la casualidad quiso que me atendiera el mismo dueño. Después de referirle la situación tan desesperada en que me encontraba y mi falta de trabajo me preguntó:
¿Cuándo te interesa incorporarte al trabajo?

Casi no le dejé terminar la frase, pues espontáneamente le dije:
Mañana mismo. - Pero para mi satisfacción, mi asombro no tuvo límite cuando aquel señor me dijo que si no podía empezar esa misma tarde a las dos, rápidamente contesté, - Aquí estaré, puntual.

Las condiciones de trabajo fueron quinientas cuarenta pesetas a la semana y seis pesetas cada hora extra. Pero lo más importante para mí fue que a partir de aquel día no me faltó nunca la protección de la Seguridad Social. Loco de contento me fui a casa a darle la buena noticia a mi mujer.

Con mi nuevo trabajo en Navinés, que así era como se llamaba la empresa, nuestra economía mejoró notablemente, pues por lo menos nos llegaba para pasar la semana y evitábamos tener que apuntar la cuenta de la compra en la tienda.

Como nuestra estancia en aquella casa se hacía cada vez más insoportable e insostenible debido al comportamiento de aquella señora empezamos a buscar otra vivienda.

En aquel tiempo buscar una vivienda era como buscar una aguja en un pajar. Debido a la afluencia masiva de inmigrantes en Cataluña y a la escasez de viviendas construidas lo único que pude encontrar fue una habitación que no reunía las más mínimas condiciones de habitabilidad. No mediría más de catorce metros cuadrados y en ellos se distribuían el dormitorio, la cocina y el comedor. En cuanto al aseo estaba en la calle, es decir, fuera de la habitación y además era comunitario, había que compartirlo entre varios vecinos.

Aún así considerábamos que era una mejora ya que al menos tendríamos intimidad y no nos robaría nadie.

En la empresa Navinet, aunque el trabajo era muy duro, yo no estaba del todo mal, pero no me conformaba con aquello, aspiraba a un empleo mejor, y por aquellos contornos la mejor empresa que había era Aiscondel. No paré hasta conseguir entrar en dicha empresa.

A partir de entonces allí trascurriría toda mi vida laboral, ya que no volvería a moverme en treinta y nueve años, es decir, hasta mi jubilación.

Pocos meses llevaba en la empresa cuando mi mujer me dio la buena noticia de que íbamos a ser padres. Esto me hizo muy feliz pero al mismo tiempo me causó una gran preocupación, ya que la casa no tenía muy buenas condiciones y menos para recibir un bebé.

Entonces Aiscondel decidió trasladarse a Cerdanyola del Vallés para poder ampliarse. Con la intención de ahorrarse el gasto de los autobuses que diariamente traían y llevaban a los empleados de Barcelona decidió construir unas viviendas al lado de la empresa y asignar una vivienda de alquiler a cada familia de empleados.

Todo esto lo llevó a cabo sin contar con los afectados, así que a la hora de asignarles la vivienda muchos de ellos se negaron a dejar sus domicilios de Barcelona y por lo tanto la empresa no pudo suprimir totalmente los autobuses.

Una parte de las viviendas las adjudicó a los empleados más necesitados que vivíamos en Cerdanyola. Las solicitudes fueron muchas. La empresa estudió los casos de los más necesitados y mandó una empleada a donde vivíamos para que valorara nuestro caso. Ésta pronto se percató de nuestra situación en aquella habitación y más cuando estábamos esperando un bebé, así que a la semana siguiente llamaron para confirmarme que tenía concedida la vivienda.

El piso tenia sesenta y cinco metros cuadrados, comedor, cocina y tres habitaciones. En cuanto al alquiler pagaríamos trescientas cinco pesetas con agua incluida. Para mí era como vivir en un palacio ¡no me lo podía creer! No habíamos tenido nunca oportunidad de tener una vivienda digna y poder vivir como personas. En este momento pensé en el bebe que estaba en camino, mi hijo podría tener un hogar en condiciones como era mi deseo.

Faltando un mes para su nacimiento, me dieron la llave del piso. Mi mujer y yo acordamos el cambio de domicilio para el domingo siguiente ya que yo tenía fiesta, pero la casualidad o el destino se anticipó a nuestros deseos.

En aquel tiempo, un veinticinco de septiembre, yo trabajaba en el turno de noche. Empecé mi jornada laboral a las diecinueve y veinte horas, ya que éramos dos turnos y hacíamos doce horas cada uno. Sobre las veintidós y treinta horas se formó una tormenta con unos truenos y relámpagos que daba miedo. No tardó en cortarse el fluido eléctrico y nos quedamos a oscuras.

Eran tantos los relámpagos que casi no necesitábamos luz para ver, pues daba la sensación de que era de día. La tormenta fue arreciando y pronto se desbordó un pequeño río que pasaba rodeando la fábrica.

El agua entró en la fábrica inundándola hasta un nivel de unos setenta centímetros y obligándonos a que nos tuviéramos que refugiar en los sitios más altos.

Mi preocupación estaba fuera de la fábrica. Pensaba en mi mujer, pues la habitación que teníamos alquilada estaba muy baja y más teniendo en cuenta que a pocos metros pasaba el mismo río que nos estaba inundando a nosotros.

Nervioso, intenté salir de la fábrica junto con otros compañeros, pero ante la avalancha del agua tuvimos que desistir. Con toda seguridad nos hubiera llevado el agua, ya que aquello parecía el mar.

La lluvia no cesó en toda la noche y sobre las seis de la mañana empezaron a decrecer las aguas. Abandonamos la fábrica y, con mucha precaución, me dirigí al lugar donde vivíamos.

Al llegar a mi casa quedé aterrorizado. Donde debía de estar la habitación todo era fango y pensé:
Mi mujer y mi hija no pueden haberse salvado.

Rompí a llorar y, temblándome las piernas, no me atrevía ni a dar un paso hacia el lugar donde pensaba que debería estar muerta mi mujer y mi hija, que no había tenido oportunidad de nacer.

Estaba pensando esto cuando se acercó a mi la dueña que nos había alquilado la habitación, diciéndome:
No llores, hijo, que tu mujer se ha salvado. Vete al bar Ramonet que allí la podrás ver.

No puedo expresar con palabras la reacción de júbilo que la noticia causó en mí. Jamás recibí una noticia que fuera causa de tanta alegría y satisfacción.

Después de dar las gracias a la mujer me dirigí corriendo al bar Ramonet. Allí pude ver a mi mujer llorando y a medio vestir, pues todo su vestuario se componía del camisón que se ponía cuando se iba a dormir y de una chaqueta de hombre que alguien le había dejado.

En aquel momento amaneció un nuevo día que no olvidaré y vi lo que en verdad significaba mi mujer para mí. Me prometí a mí mismo que ella tendría siempre mi compresión y mi cálida compañía y que nunca permitiría que estuviera sola, porque siempre estaría con ella. En sus momentos de felicidad yo reiría con ella y en los días de desolación yo le daría mi abrigo.

Nos dimos un fuerte abrazo. Llorando y toda nerviosa me contó que estaba viva gracias a un hombre que al oír sus gritos se dirigió al lugar en el que se encontraba y la sacó como pudo.

Según mi mujer, al oír el estruendo de las gentes gritando se despertó, pero al ir a poner los pies en el suelo, y cuando intentaba levantarse, el suelo ya estaba lleno de agua. Rápidamente y sin llegar a vestirse intentó abrir la puerta de la calle y entonces entró una tromba de agua que la tiró al suelo. Empezó a gritar y su salvador apareció y con muchas dificultades logró sacarla de aquel infierno.

Abrazados y llorando nos dirigimos a casa de mi hermana Rosa. Mi hermana trató de consolarnos y nos acogió durante unos días en su casa. Al día siguiente ya había mejorado el tiempo y volvimos a la habitación en la que habíamos vivido para ver si podíamos recuperar algunas de nuestras pertenencias, pero nuestro asombro fue grande cuando vimos que toda aquella habitación estaba cubierta por metro y medio de fango y todas nuestras pertenencias enterradas en el pestilente lodo. Imposible recuperar nada, ni tan siquiera la documentación. Lo perdimos todo quedándonos únicamente con la ropa que llevábamos puesta.

Afortunadamente aún podíamos contar con el piso que nos habían concedido. A pesar de no tener muebles ni utensilios de cocina ni tan siquiera ropa con que taparnos salimos adelante, pues ante aquel desastre recibimos algunas ayudas, que aunque no fueron suficientes, sí que nos sacaron de muchos apuros.

Para la ropa y la comida nos ayudó la Sección Femenina de Falange. Por otra parte también se recibieron muchas ayudas nacionales e internacionales que fueron distribuidas entre los afectados según las pérdidas que había sufrido cada familia. Además la empresa en la que yo prestaba mis servicios también me hizo una pequeña aportación y, a su manera, puso un granito de arena más para ayudarnos a salir de aquel desastre.

Nos compramos unos muebles a plazos y empezamos una nueva vida, en nuestra nueva y flamante vivienda, esperando el nacimiento de mi hija Isabel, que ya pronto llegaría.

Por este tiempo todos mis hermanos vivían en Cataluña, y no estábamos muy lejos los unos de los otros, así que nos visitábamos muy a menudo y todos teníamos muy buenas relaciones.

María Dolores se casó y fruto de su matrimonio tuvo dos hijos, Francisco y Virginia.

Isabel aún tuvo otro niño más, Salvador.

Mi hermana Rosa igualmente se casó y formó una familia compuesta por dos hijos, María del Carmen y Pedro.

Domingo, después de lo que sufrió en su niñez, también le deparó suerte la vida al conocer y casarse con una buena mujer, Celia, que le dio tres hijos, Alberto, Sergio y Alejandro.

Mi madre continuaría por mucho tiempo en Almería haciendo viajes esporádicos a Barcelona y viceversa. Ella, como siempre, durante el tiempo que estaba en el pueblo engordaba un cerdo y hacía la matanza, después lo llevaba todo arreglado para sus hijos a Barcelona. Como no me canso de repetir, tratándose de sus hijos, para ella todo era poco.

Actualmente vive con una de mis hermanas imposibilitada en una silla de ruedas, en un estado casi terminal, con un cuerpo envejecido que no le responde, le obliga a estar postrada en una cama, y es incapaz de moverse si no le ayuda alguien; su mente ya no coordina y le imposibilita una conversación con sus hijos, esos hijos por los que tanto lucho para sacarlos adelante, en su memoria solo le quedan sus nombres y los llama insistentemente, pienso que vino a este mundo solo para sufrir, y mi mente no para de procesar aquellos recuerdos ya lejanos en el tiempo como si de una película se tratara.

Visualizo aquel sufrimiento, y pienso en la mujer que me dio la vida y que tanto añore. No obstante intento de hacerme el fuerte tratando de acallar esos recuerdos que bombardean mi mente. Recuerdos ya lejanos que no logro desterrar, aunque lo intento porque perturban mi mente. Pero creo que de nada me sirve reprimirlos o negarlos o afirmar que no existen. Solo puedo hacer una cosa, observarlos sin dejarme arrastrar por ellos, ya que algo en mi interior me dice que aleje las lagrimas, que están a punto de aflorar por mis mejillas. Aunque por mas que me resisto no lo consigo, y me dejo llevar por mis sentimientos.

Mi Ingreso en la Marina.1953

H

abiendo oído que a la edad de quince años tenía la posibilidad de ingresar de corneta en Infantería de Marina, no me lo pensé más, pedí permiso a mi madre y me dispuse a arreglar la documentación necesaria para ingresar.

Todo salió bien, así que para bien o para mal, el veintisiete de febrero del año 1953 ingresé en el Cuerpo de Infantería de Marina, como Educando de la Banda de Cornetas y Tambores de Cartagena.

Firmé un contrato con La Marina por cuatro años. Ese contrato tendría que cumplirlo hasta el último día, tanto si me iba bien, como si me iba mal, aquí si que no había vuelta atrás, tendría que cumplirlo con todas sus consecuencias.

La disciplina allí era muy rígida, pero ni punto de comparación con la que sufrí en el albergue de Valencia, y si en el albergue aguanté ¿por qué no iba aguantar allí?

En aquellos tiempos la indisciplina solían castigarla en el acto, y todos sabemos cómo funcionaba el ejército en la dictadura de Franco, te pegaban dos guantazos y te quedabas con ellos sin rechistar. Lo más gracioso era que después de aplicarte el castigo, tenías que cuadrarte poniéndote firme y decir al maltratador:
¿Manda alguna cosa más, mi sargento? - Degradante ¿verdad?

Allí volvería a pasar hambre, excepto por los paquetes que me enviaba mi madre.

Después de aprender a tocar la corneta estuve poco más de un año en aquel cuartel.

Disfrutaba dos permisos al año: treinta días en verano y quince días en Navidad. Desde luego todo esto condicionado con la buena conducta, pues un acto de indisciplina o un castigo de calabozo era suficiente para perder el derecho a esos permisos.

Al año me destinaron de corneta a un barco que se llamaba “crucero Miguel de Cervantes”. Con este barco tuve la suerte de poder ver a mis hermanas en Barcelona.

En una de las visitas del general Trujillo, presidente de la República Dominicana, a su íntimo amigo Francisco Franco hizo una parada en España cuando iba de camino al Vaticano.

El Generalísimo le propuso hacer el viaje en uno de sus barcos de guerra, y el barco donde yo estaba destinado fue el elegido.

Nos hicimos a la mar saliendo de la base de Cartagena con rumbo a Barcelona, donde estuvimos tres días.

Durante estos tres días salimos a pasear por Barcelona, pude ver por fin a mis hermanas y me enseñaron la ciudad que verdaderamente me cautivó.

A los tres días de nuestra estancia en Barcelona, se presentó Franco con su escolta acompañado por el general Trujillo.

Rendimos los honores correspondientes, y después de que se despidieran, el general Trujillo subió a bordo y pusimos rumbo a Nápoles. Allí desembarcó para trasladarse al Vaticano.

En Nápoles estuvimos dos días y disfruté de la oportunidad de conocer esta ciudad tan maravillosa con el volcán Vesubio como fondo.

Cuando Trujillo regresó del Vaticano lo volvimos a embarcar y lo llevamos hasta Cádiz donde le esperaba una flotilla de barcos de su país.

La disciplina en el barco también era muy dura, aunque allí me encontraba mejor que en el cuartel. Una vez que cumplí los dieciocho años, cursé una solicitud para dejar la Banda de Cornetas y así poder jurar bandera, pues ésta era la edad según el reglamento para tener acceso a las armas.

Aprobada mi solicitud desembarqué siendo mi destino nuevamente el cuartel.

Allí pude ver a mi hermano Domingo, ya que mi tío José Antonio le había arreglado la documentación al cumplir los quince años para que, como yo, entrara voluntario de Corneta en La Marina. Estuvimos juntos durante unos meses en el mismo cuartel, aunque no en la misma compañía, pues yo había jurado bandera y tenía el destinado en otro departamento. No obstante nos veíamos todos los días.

Después de aprobar el examen me dieron como apto para poder cursar los estudios de especialista. A partir de aquí dejé de ver a mi hermano durante unos años, ya que me mandaron junto con otros compañeros para hacer el Curso de Especialidad a San Fernando donde estaba situada la Escuela de Especialización.

En aquel tiempo mi intención era seguir la carrera militar y de esta forma intentar labrarme un buen futuro.

Me despedí de mi hermano y me subí al tren hasta San Fernando, acompañado de mis compañeros de curso. Una vez que llegamos nos incorporamos a nuestro nuevo destino, la Escuela de Aplicación de Infantería de Marina. En ella tendríamos que hacer un curso acelerado de seis meses para salir como Ayudantes Especialistas.

Si la disciplina era dura en Cartagena, allí se multiplicaba por tres. Nosotros seríamos los nuevos Suboficiales de Infantería de Marina, quienes en un futuro próximo deberíamos instruir a los jóvenes soldados de reemplazo.

A los seis meses de estudio nos examinaron.

Me esforcé bastante y para mí fue una prueba de capacidad enorme, ya que seis meses es muy poco tiempo y yo no tenía ninguna preparación, pues apenas sabía escribir y las cuatro reglas. Cuando aprobé me sentí muy satisfecho y orgulloso de mí mismo. El esfuerzo había valido la pena.

Después de haber terminado el curso nos dieron treinta días de permiso y volví junto a mi madre para poder disfrutarlo.

Al llegar a mi casa el único inconveniente que encontré es que ya no estaba mi prima Otilia. Mi tío Bernardo había vendido el rebaño de ovejas y allí no tenía ningún futuro, por lo que se fue a Vélez Rubio a trabajar.

En verdad que lo sentí mucho y la eché de menos, pues compartí tantos momentos difíciles con ella que para mí era una hermana más.

Después de estar trabajando un tiempo en Vélez-Rubio mi prima entendió que allí ella no tenía porvenir y emigró a Madrid al lado de su hermana María, esperando poder abrirse camino con un poco de suerte.

Una vez que terminé el permiso regresé a San Fernando, al cuartel del Tercio del Sur de Infantería de Marina, que es adonde nos destinaron a los que habíamos aprobado el curso. Allí estuvimos otros seis meses estudiando y haciendo prácticas.

Trascurrido este tiempo a mis compañeros y a mí nos destinaron durante un año en diferentes barcos de la Armada.

A mí me destinaron a la fragata “Vasco Núñez de Balboa” con base en San Fernando, y los demás compañeros fueron destinados a diferentes grupos de barcos, siendo su destino El Ferrol y Cartagena. Después de estar juntos un año tuvimos que despedirnos, a algunos de ellos ya no los volvería a ver nunca más.

El barco en el que a mí me tocó embarcar estaba en reparación en el Arsenal de la Carraca, en San Fernando. Su reparación llevó unos seis meses, pues era un barco muy viejo y estaban reconstruyéndolo.

Renové mi contrato con la Marina cuando servía en ese barco, ya que mi intención era seguir sirviendo allí.

Terminada la reparación me dieron un mes de permiso que no pude disfrutar entero, pues la Guardia Civil vino a mi casa con una orden de incorporación inmediata a mi destino. Pensé que algo grave debía suceder para que me llamaran tan urgentemente.

Al incorporarnos nos informaron que nos hacíamos a la mar con rumbo al antiguo Sahara Español, ya que por aquel tiempo estalló el conflicto en el que los nativos se sublevaron reclamando la independencia de España.

Nuestra misión fue exclusivamente la vigilancia de toda la costa de aquel territorio así que nuestras vidas no corrieron peligro alguno ya que estábamos a una distancia prudencial de la costa y aquellas guerrillas no tenían armamento de largo alcance. Durante aquellos cuarenta días que estuvimos allí nuestra única intervención fue el bombardeo a un campamento que estaba tierra adentro. Si hubo muertos o heridos nosotros nunca nos enteramos y ni tan siquiera recibimos contestación por su parte.

Después de cuarenta días vino a relevarnos otra fragata, así que pusimos rumbo hacia Las Palmas de Gran Canaria.

A los seis meses de estar en Canarias recibimos órdenes de dirigirnos al departamento marítimo de Cádiz, que era donde estaba destinada nuestra fragata.

Una vez cumplido el año de embarque que me exigían para mi carrera militar, desembarqué y me destinaron nuevamente al Tercio del Sur de Infantería de Marina. El trabajo a desarrollar por mi parte fue el de Cabo Instructor de Reclutas, es decir, enseñaría instrucción a los que se incorporaban a filas para cumplir su servicio militar.

Llegué a mi casa de permiso una nochevieja y como mi madre no estaba en casa, ya que llegué de noche, y la puerta estaba cerrada me dirigí a la casa de una nueva vecina de mi madre con intención de esperar un rato allí hasta que ella regresara. Era invierno y hacía mucho frío, pero tuve buen recibimiento.

Aparte de invitarme para que me sentara al fuego y me calentara, me invitaron a cenar, cosa que yo agradecí mucho ya que tenía mucha hambre.

Pero lo que en verdad me llamó la atención de cuanto pude ver allí, fue una zagala, hija de esta mujer, que con sus quince años hizo que los latidos de mi corazón se pusieran a cien. Pensé para mí:
Como esta zagala me quiera, tiene que ser para mí.

Y no me equivoqué. Al poco tiempo me casé con ella. Lo malo de mi precipitación al casarme fue que durante algún tiempo ella tendría que quedarse viviendo en casa de sus padres, ya que yo no tenía medios para conseguir una vivienda y así poder hacer una vida en pareja.

Pero poco me quedaba que estar en San Fernando ya que caí enfermo de tuberculosis. Me mandaron a un sanatorio para tuberculosos, uno de los que en aquellos tiempos tanto abundaban por nuestra piel de toro. El sanatorio era propiedad de la Marina y estaba situado en la Sierra de Guadarrama, en Madrid. Subí al tren en San Fernando y me condujo hasta Madrid donde tuve de nuevo la oportunidad de ver a mi prima Otilia.

Pasé un sólo día en su compañía. Me enseñó Madrid y recuerdo que aquella noche fuimos al cine a ver una película cómica. Lo pasamos muy bien y nos hicimos una fotografía que aún conservo en mi álbum. Al día siguiente después de despedirme subí al tren hacia Guadarrama e ingresé en aquel sanatorio.

Después de que me hicieran una revisión mi inquietud disminuyó. Los médicos me tranquilizaron y quitaron importancia a mi problema. Según ellos la sangre que a veces expulsaba por la boca se debía a la rotura de un pequeño capilar en el pulmón, que por un simple esfuerzo podía reventarse con facilidad provocando un derrame. Con reposo y unas pastillas que se llamaban Diapasit pronto estaría curado.

Estuve allí ingresado unos trece meses. La mejor época de toda mi vida militar. El trato era bueno y la comida abundante y a la carta. Aquello en vez de un sanatorio parecía un hotel de tres estrellas.

Un día de aquellos recibí una carta de mi esposa que me hizo muy feliz. En ella me comunicaba que iba a ser papá y esto me causó mucha alegría pero también tristeza, ya que nos separaban muchos kilómetros y en casos como éste es cuando una pareja se necesita más.

Llegó el día en el que debía nacer mi hijo y pedí un permiso al Director de aquel Centro. En un principio se opuso alegando que aquello era un sanatorio de enfermos y que no había ningún precedente de que allí se hubiera dado nunca un permiso, no obstante, ante un caso tan especial como el mío, dijo que estudiaría el caso y ya me diría algo. Al día siguiente me llamó a su despacho comunicándome que tenía concedidos siete días de permiso.

Pronto hice la maleta y me dispuse a subir al tren que me conduciría al paraíso, porque eso era lo que mi mujer y mi hijo significaban para mí, el paraíso. Aquel tren me conduciría hacia los seres que yo más quería y por los que bien merecía la pena luchar en esta vida.

Llegó el día del nacimiento de mi hijo y en recuerdo a mi padre le pusimos por nombre Domingo. Yo estaba feliz y contento. Pero después de tanta alegría pronto llegó la tristeza, los siete días de permiso se habían cumplido y debía dejar a mi mujer y a mi hijo.

Cumplidos los trece meses de mi estancia en aquel sanatorio me dieron de alta y nunca más me resentí de aquel problema. Como a los que daban de alta allí podían pedir destino solicité Cartagena que era el sitio más próximo a la casa donde vivía mi mujer.

De camino a Cartagena di un pequeño rodeo con el tren para poder visitar a mi mujer y a mi hijo, aunque sólo un día, ya que tenía fecha para presentarme en el cuartel.

Cuando me quedaban tres meses para finalizar mi contrato con la Armada me propuse buscar trabajo y vivienda en Cartagena para poder traerme lo antes posible a mi familia.

Seguir en la Marina habría significado pasar más tiempo lejos de ellos, volver de nuevo a San Fernando para hacer otro curso de especialidad y otro año de embarque.

El único trabajo que encontré fue un puesto en las famosas minas de plomo de La Unión.

Busqué una pequeña casa y cuando me disponía de ir en busca de ellos recibí una carta que me rompió el corazón en mil pedazos. En ella mi mujer me comunicaba que nuestro hijo había fallecido.

Pedí en la empresa dos días de permiso y fui en busca de mi mujer para empezar los dos juntos una nueva vida. Y dentro de la desgracia, ¡que felicidad!, por fin lográbamos poner fin a la distancia que nos separaba.

El trabajo en las minas es muy duro. Un sueldo bajo que no te daba ni para vivir y la casi inevitable silicosis.

Vi morir a algunos compañeros a consecuencia de ella y la verdad es que cogí mucho miedo y aún más cuando aquellos pobres hombres con sus pulmones llenos de plomo me aconsejaban, y me decían:
Zagal no seas tonto, tú eres joven y si no quieres verte como nosotros, no te hagas viejo aquí.

Sabía que tenía que irme de allí a la primera oportunidad que se presentara.

A los seis meses de estar trabajando en la mina vino mi madre a vernos, pues había ido a Barcelona a ver a mis hermanas y de regreso hacia el pueblo decidió dar un pequeño rodeo para venir a visitarnos. A mi madre no le gustó nada que yo estuviera trabajando en una mina.

Nos habló de que la situación económica de mis hermanas era muy buena, particularmente la de Isabel que ya estaba casada. Nos contó que tenía una niña que era una monada a la que pusieron por nombre Ana. Isabel tenía su propia casa y aunque trabajaban los dos, gozaban de una situación económica mejor que la nuestra, pues para comer, vestir y criar a su hija no les faltaba. Mi madre me aconsejó que no fuera tonto, que dejara aquel trabajo tan penoso y que nos fuéramos a Barcelona, que allí íbamos a tener más oportunidades y posiblemente hasta podríamos trabajar los dos.

Con los consejos de mi madre y las ganas que yo tenía de poner fin a mi trabajo en las minas se colmó el vaso de nuestra paciencia y nos trasladamos a Barcelona.