martes, 2 de septiembre de 2008

A Barcelona.1961

C

omo apenas teníamos equipaje para llevarnos, pedí la cuenta en la empresa y nos subimos al tren con dirección hacia Barcelona. Una vez que llegamos nos dirigimos a Rubí directamente, en donde residía mi hermana Isabel.

Nos recibieron con los brazos abiertos dispuestos ayudarnos en lo que buenamente pudieran y al día siguiente mi cuñado Juan enseguida me encontró trabajo en la construcción. De momento y hasta que pudiésemos encontrar una vivienda nos quedamos a vivir en casa de mi hermana, desde luego muy apretujados ya que la casa era más bien pequeña.

En la actualidad pienso en el esfuerzo que tuvieron que hacer mi hermana y mi cuñado para sacar espacio de donde no lo había y acomodarnos los dos matrimonios y la niña. Sin duda estoy en deuda con ellos.


Como la casa era pequeña pensé que debíamos empezar a buscar vivienda cuanto antes, ya que mi hermana y cuñado habían hecho por nosotros más de lo que podían. Tendríamos que espabilarnos y solucionar nuestros problemas.

Por mediación de un tío de mi mujer que vivía en Ripollet encontramos en esa localidad una habitación que un matrimonio nos realquiló con derecho a utilizar la cocina. También allí encontré trabajo en la construcción por lo que nos trasladamos a Ripollet.

Del matrimonio que nos realquiló aquella habitación poco bueno puedo contar. Mientras ellos pagaban de alquiler por toda la casa quinientas pesetas a nosotros nos hacían pagar trescientas cincuenta por una habitación pequeña. Pero la cosa no se quedaba ahí pues esta señora abusó de la prudencia de mi mujer haciéndola trabajar prácticamente como si de una criada se tratara. También nos substraía parte de la comida que comprábamos sin ninguna clase de escrúpulos e incluso una vez me robó la cartera con todo el dinero que había cobrado y que precisamente era el único que teníamos para comer aquella semana.

Ni tan siquiera tuvo la delicadeza de devolverme el D.N.I., y en aquel tiempo para poder sacarme uno nuevo tuve grandes problemas porque no me acordaba del número y, según la policía en Madrid, no le constaba que yo tuviera documento nacional de identidad. Después de un tiempo y muchos problemas me recomendaron que me lo sacara como si fuera la primera vez.

Nuestra intimidad en aquella casa también era nula. Aquella mujer no tenía educación, ni ética, ni moral, llegando hasta el atrevimiento de llevarse varios artículos de la tienda donde nosotros comprábamos, apuntándolos a nombre de mi mujer.

Quien lo pasaba peor era mi pobre mujer, pues yo me iba a trabajar y prácticamente menos el domingo y algún día de fiesta, estaba siempre fuera.

Si en aquella casa estábamos mal, en el trabajo no nos iba mejor. La jornada era de sol a sol y el salario hicieras las horas que hicieras, eran de quinientas veinticinco pesetas semanales. Además, tenía que atender a dos albañiles al mismo tiempo. Y esto se complicaba más cuando estábamos trabajando con mortero ya que tenía que servir la mezcla a los dos a la vez. Esto para mí era imposible teniendo en cuenta que todo había que hacerlo manualmente, pues aquellos albañiles hacía poco tiempo que trabajaban por su cuenta y no tenían las herramientas adecuadas.

Tampoco tenía protección alguna de la Seguridad Social y si llovía y el trabajo lo teníamos a la intemperie, me mandaban a casa y ese día no cobraba.

Al poco tiempo mi mujer se puso enferma y sufrió un aborto. No teníamos ningún medio económico ni protección de ninguna clase. Además aquella semana no paró de llover y en el trabajo me mandaron a casa. Avisamos a un médico sin saber con qué dinero le íbamos a pagar, pero mi mujer estaba muy mal y yo no podía hacer otra cosa. El dinero ya lo buscaríamos donde pudiéramos. No obstante este hombre se portó muy bien con nosotros y aún sin saber si iba a cobrar, no dejó ni un solo día de visitar a mi mujer.

Desesperado, recuerdo salir en busca de un trabajo digno, que aunque lloviera no tuviera que dejar de trabajar y en el que tuviéramos algún tipo de protección médica.

Después de recibir el no en la mayoría de las fábricas y cuando ya estaba dispuesto a regresar a casa pasé por una calle en la que había una fábrica de baldosas.

Sin pensármelo dos veces entré para pedir trabajo y la casualidad quiso que me atendiera el mismo dueño. Después de referirle la situación tan desesperada en que me encontraba y mi falta de trabajo me preguntó:
¿Cuándo te interesa incorporarte al trabajo?

Casi no le dejé terminar la frase, pues espontáneamente le dije:
Mañana mismo. - Pero para mi satisfacción, mi asombro no tuvo límite cuando aquel señor me dijo que si no podía empezar esa misma tarde a las dos, rápidamente contesté, - Aquí estaré, puntual.

Las condiciones de trabajo fueron quinientas cuarenta pesetas a la semana y seis pesetas cada hora extra. Pero lo más importante para mí fue que a partir de aquel día no me faltó nunca la protección de la Seguridad Social. Loco de contento me fui a casa a darle la buena noticia a mi mujer.

Con mi nuevo trabajo en Navinés, que así era como se llamaba la empresa, nuestra economía mejoró notablemente, pues por lo menos nos llegaba para pasar la semana y evitábamos tener que apuntar la cuenta de la compra en la tienda.

Como nuestra estancia en aquella casa se hacía cada vez más insoportable e insostenible debido al comportamiento de aquella señora empezamos a buscar otra vivienda.

En aquel tiempo buscar una vivienda era como buscar una aguja en un pajar. Debido a la afluencia masiva de inmigrantes en Cataluña y a la escasez de viviendas construidas lo único que pude encontrar fue una habitación que no reunía las más mínimas condiciones de habitabilidad. No mediría más de catorce metros cuadrados y en ellos se distribuían el dormitorio, la cocina y el comedor. En cuanto al aseo estaba en la calle, es decir, fuera de la habitación y además era comunitario, había que compartirlo entre varios vecinos.

Aún así considerábamos que era una mejora ya que al menos tendríamos intimidad y no nos robaría nadie.

En la empresa Navinet, aunque el trabajo era muy duro, yo no estaba del todo mal, pero no me conformaba con aquello, aspiraba a un empleo mejor, y por aquellos contornos la mejor empresa que había era Aiscondel. No paré hasta conseguir entrar en dicha empresa.

A partir de entonces allí trascurriría toda mi vida laboral, ya que no volvería a moverme en treinta y nueve años, es decir, hasta mi jubilación.

Pocos meses llevaba en la empresa cuando mi mujer me dio la buena noticia de que íbamos a ser padres. Esto me hizo muy feliz pero al mismo tiempo me causó una gran preocupación, ya que la casa no tenía muy buenas condiciones y menos para recibir un bebé.

Entonces Aiscondel decidió trasladarse a Cerdanyola del Vallés para poder ampliarse. Con la intención de ahorrarse el gasto de los autobuses que diariamente traían y llevaban a los empleados de Barcelona decidió construir unas viviendas al lado de la empresa y asignar una vivienda de alquiler a cada familia de empleados.

Todo esto lo llevó a cabo sin contar con los afectados, así que a la hora de asignarles la vivienda muchos de ellos se negaron a dejar sus domicilios de Barcelona y por lo tanto la empresa no pudo suprimir totalmente los autobuses.

Una parte de las viviendas las adjudicó a los empleados más necesitados que vivíamos en Cerdanyola. Las solicitudes fueron muchas. La empresa estudió los casos de los más necesitados y mandó una empleada a donde vivíamos para que valorara nuestro caso. Ésta pronto se percató de nuestra situación en aquella habitación y más cuando estábamos esperando un bebé, así que a la semana siguiente llamaron para confirmarme que tenía concedida la vivienda.

El piso tenia sesenta y cinco metros cuadrados, comedor, cocina y tres habitaciones. En cuanto al alquiler pagaríamos trescientas cinco pesetas con agua incluida. Para mí era como vivir en un palacio ¡no me lo podía creer! No habíamos tenido nunca oportunidad de tener una vivienda digna y poder vivir como personas. En este momento pensé en el bebe que estaba en camino, mi hijo podría tener un hogar en condiciones como era mi deseo.

Faltando un mes para su nacimiento, me dieron la llave del piso. Mi mujer y yo acordamos el cambio de domicilio para el domingo siguiente ya que yo tenía fiesta, pero la casualidad o el destino se anticipó a nuestros deseos.

En aquel tiempo, un veinticinco de septiembre, yo trabajaba en el turno de noche. Empecé mi jornada laboral a las diecinueve y veinte horas, ya que éramos dos turnos y hacíamos doce horas cada uno. Sobre las veintidós y treinta horas se formó una tormenta con unos truenos y relámpagos que daba miedo. No tardó en cortarse el fluido eléctrico y nos quedamos a oscuras.

Eran tantos los relámpagos que casi no necesitábamos luz para ver, pues daba la sensación de que era de día. La tormenta fue arreciando y pronto se desbordó un pequeño río que pasaba rodeando la fábrica.

El agua entró en la fábrica inundándola hasta un nivel de unos setenta centímetros y obligándonos a que nos tuviéramos que refugiar en los sitios más altos.

Mi preocupación estaba fuera de la fábrica. Pensaba en mi mujer, pues la habitación que teníamos alquilada estaba muy baja y más teniendo en cuenta que a pocos metros pasaba el mismo río que nos estaba inundando a nosotros.

Nervioso, intenté salir de la fábrica junto con otros compañeros, pero ante la avalancha del agua tuvimos que desistir. Con toda seguridad nos hubiera llevado el agua, ya que aquello parecía el mar.

La lluvia no cesó en toda la noche y sobre las seis de la mañana empezaron a decrecer las aguas. Abandonamos la fábrica y, con mucha precaución, me dirigí al lugar donde vivíamos.

Al llegar a mi casa quedé aterrorizado. Donde debía de estar la habitación todo era fango y pensé:
Mi mujer y mi hija no pueden haberse salvado.

Rompí a llorar y, temblándome las piernas, no me atrevía ni a dar un paso hacia el lugar donde pensaba que debería estar muerta mi mujer y mi hija, que no había tenido oportunidad de nacer.

Estaba pensando esto cuando se acercó a mi la dueña que nos había alquilado la habitación, diciéndome:
No llores, hijo, que tu mujer se ha salvado. Vete al bar Ramonet que allí la podrás ver.

No puedo expresar con palabras la reacción de júbilo que la noticia causó en mí. Jamás recibí una noticia que fuera causa de tanta alegría y satisfacción.

Después de dar las gracias a la mujer me dirigí corriendo al bar Ramonet. Allí pude ver a mi mujer llorando y a medio vestir, pues todo su vestuario se componía del camisón que se ponía cuando se iba a dormir y de una chaqueta de hombre que alguien le había dejado.

En aquel momento amaneció un nuevo día que no olvidaré y vi lo que en verdad significaba mi mujer para mí. Me prometí a mí mismo que ella tendría siempre mi compresión y mi cálida compañía y que nunca permitiría que estuviera sola, porque siempre estaría con ella. En sus momentos de felicidad yo reiría con ella y en los días de desolación yo le daría mi abrigo.

Nos dimos un fuerte abrazo. Llorando y toda nerviosa me contó que estaba viva gracias a un hombre que al oír sus gritos se dirigió al lugar en el que se encontraba y la sacó como pudo.

Según mi mujer, al oír el estruendo de las gentes gritando se despertó, pero al ir a poner los pies en el suelo, y cuando intentaba levantarse, el suelo ya estaba lleno de agua. Rápidamente y sin llegar a vestirse intentó abrir la puerta de la calle y entonces entró una tromba de agua que la tiró al suelo. Empezó a gritar y su salvador apareció y con muchas dificultades logró sacarla de aquel infierno.

Abrazados y llorando nos dirigimos a casa de mi hermana Rosa. Mi hermana trató de consolarnos y nos acogió durante unos días en su casa. Al día siguiente ya había mejorado el tiempo y volvimos a la habitación en la que habíamos vivido para ver si podíamos recuperar algunas de nuestras pertenencias, pero nuestro asombro fue grande cuando vimos que toda aquella habitación estaba cubierta por metro y medio de fango y todas nuestras pertenencias enterradas en el pestilente lodo. Imposible recuperar nada, ni tan siquiera la documentación. Lo perdimos todo quedándonos únicamente con la ropa que llevábamos puesta.

Afortunadamente aún podíamos contar con el piso que nos habían concedido. A pesar de no tener muebles ni utensilios de cocina ni tan siquiera ropa con que taparnos salimos adelante, pues ante aquel desastre recibimos algunas ayudas, que aunque no fueron suficientes, sí que nos sacaron de muchos apuros.

Para la ropa y la comida nos ayudó la Sección Femenina de Falange. Por otra parte también se recibieron muchas ayudas nacionales e internacionales que fueron distribuidas entre los afectados según las pérdidas que había sufrido cada familia. Además la empresa en la que yo prestaba mis servicios también me hizo una pequeña aportación y, a su manera, puso un granito de arena más para ayudarnos a salir de aquel desastre.

Nos compramos unos muebles a plazos y empezamos una nueva vida, en nuestra nueva y flamante vivienda, esperando el nacimiento de mi hija Isabel, que ya pronto llegaría.

Por este tiempo todos mis hermanos vivían en Cataluña, y no estábamos muy lejos los unos de los otros, así que nos visitábamos muy a menudo y todos teníamos muy buenas relaciones.

María Dolores se casó y fruto de su matrimonio tuvo dos hijos, Francisco y Virginia.

Isabel aún tuvo otro niño más, Salvador.

Mi hermana Rosa igualmente se casó y formó una familia compuesta por dos hijos, María del Carmen y Pedro.

Domingo, después de lo que sufrió en su niñez, también le deparó suerte la vida al conocer y casarse con una buena mujer, Celia, que le dio tres hijos, Alberto, Sergio y Alejandro.

Mi madre continuaría por mucho tiempo en Almería haciendo viajes esporádicos a Barcelona y viceversa. Ella, como siempre, durante el tiempo que estaba en el pueblo engordaba un cerdo y hacía la matanza, después lo llevaba todo arreglado para sus hijos a Barcelona. Como no me canso de repetir, tratándose de sus hijos, para ella todo era poco.

Actualmente vive con una de mis hermanas imposibilitada en una silla de ruedas, en un estado casi terminal, con un cuerpo envejecido que no le responde, le obliga a estar postrada en una cama, y es incapaz de moverse si no le ayuda alguien; su mente ya no coordina y le imposibilita una conversación con sus hijos, esos hijos por los que tanto lucho para sacarlos adelante, en su memoria solo le quedan sus nombres y los llama insistentemente, pienso que vino a este mundo solo para sufrir, y mi mente no para de procesar aquellos recuerdos ya lejanos en el tiempo como si de una película se tratara.

Visualizo aquel sufrimiento, y pienso en la mujer que me dio la vida y que tanto añore. No obstante intento de hacerme el fuerte tratando de acallar esos recuerdos que bombardean mi mente. Recuerdos ya lejanos que no logro desterrar, aunque lo intento porque perturban mi mente. Pero creo que de nada me sirve reprimirlos o negarlos o afirmar que no existen. Solo puedo hacer una cosa, observarlos sin dejarme arrastrar por ellos, ya que algo en mi interior me dice que aleje las lagrimas, que están a punto de aflorar por mis mejillas. Aunque por mas que me resisto no lo consigo, y me dejo llevar por mis sentimientos.

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