martes, 2 de septiembre de 2008

El Comienzo de un Nuevo Calvario.1975

P

aquita se aficionó a la guitarra flamenca y se convirtió en una niña prodigio con este instrumento, pues antes de llevar un año de aprendizaje fue nombrada guitarrista oficial en varias peñas flamencas. Como la peña flamenca de Cerdanyola, la peña flamenca de San Celoni, la Casa de Andalucía de Mataró y la peña flamenca de Premia de Mar.

Paquita mejoraba vertiginosamente con la guitarra, llegando a crear en nosotros una gran ilusión, pues el teléfono no paraba de sonar porque la llamaban para tocar en todos aquellos festivales flamencos y desde luego cobrando sus honorarios.

La mayoría de las veces cuando iba a tocar fuera de la localidad en aquellos festivales, solíamos acompañarla y cuando sentía los aplausos que mi hija recibía en sus actuaciones, mi corazón se aceleraba y mis latidos se ponían a cien por hora.

Pero al igual que nos creó una ilusión y durante algunos años dio sentido a nuestras vidas, Paquita fue la causa de que durante muchos años mi familia y yo cayéramos en la mayor desgracia que a una familia le pueda suceder.

Normalmente, como teníamos coche propio, aprovechábamos para ir al campo o a la playa los días en los que yo no trabajaba, normalmente los fines de semana y los días de fiesta.

Un domingo de aquellos habíamos decidido ir al campo para salir un poco de la monotonía de la ciudad. Sobre las nueve de la mañana, cuando todos estábamos preparando el viaje que habíamos programado el día anterior, mi mujer se encontraba en la cocina preparando los bocadillos que íbamos a llevar.

En ese momento llamó a la puerta una vecina ya mayor que vivía en el segundo piso con su hijo y nuera. Con ella manteníamos una relación de amistad y casi de familia, ya que también era de nuestra tierra. La pobre mujer estaba desde hacía tiempo con depresiones y decidió que lo que pretendía hacer le saldría mejor desde mi piso, ya que nosotros vivíamos en un quinto, mientras que el de ella era el segundo.

Le abrimos la puerta y la invitamos a que pasara. Ella le preguntó a mi mujer que cómo tenía las plantas y que si las podía ver. No nos extrañó, ya que tanto a ella como a mi mujer les gustaban mucho las plantas.

Mi mujer la invitó a que saliera al balcón que era donde las teníamos para que viese por sí misma cómo estaban y la dejamos sola por un momento, mientras nosotros continuábamos organizando nuestra excursión. Mi mujer volvió a la cocina a preparar los bocadillos y se olvidó por un momento de esta mujer.

De repente, vimos a mi hija Paquita que venía desde el balcón toda desencajada gritando como una loca. Nerviosos y sin comprender este comportamiento en nuestra hija, le preguntamos el porqué de ese ataque de histeria que le dio. Pero Paquita no reaccionaba, después de los gritos se había quedado muda sin poder pronunciar palabra.

Por fin dándole unos golpes en la espalda gritando balbuceó:
La señora Isabel se ha tirado por el balcón.

Nos quedamos petrificados por un segundo.

Cuando reaccioné y fui al balcón y miré hacia abajo. La señora Isabel estaba tirada en el suelo.

Angustiado y nervioso, bajé las escaleras de tres en tres ya que carecíamos de ascensor y al llegar donde esta mujer yacía, vi que todavía movía los ojos.

Avisamos a una ambulancia pero ya era demasiado tarde, estaba muerta.

¡Menudo problema que nos había caído eligiendo esta mujer mi casa para suicidarse!

Aparte del trauma psicológico que nos ocasionó esta mujer, tuvimos suerte de que esta tragedia no nos perjudicara en nada, ya que, gracias a Dios, no tuvimos el mínimo problema con la justicia, pues su hijo, que era también como de la familia, nos contó a nosotros y a la policía que su madre debía tener previsto de suicidarse ya que el día anterior hizo un recorrido por todas las casas de sus familiares, como si pretendiera despedirse de ellos y decirles el ultimo adiós.

Fueron transcurriendo los años y Paquita ya tenía dieciséis cuando conoció al hombre que sería el culpable de cambiar el rumbo de su vida y no para bien.

En principio yo traté de aconsejarle que terminara su relación con este hombre, ya que sabía que frecuentaba el mundo de la droga. Pero mis consejos, como casi todos los consejos que se dan, fueron inútiles y cayeron en saco roto.

Viendo la imposibilidad de apartarla de él, por mi hija terminé cediendo e incluso lo llevaba en el coche cuando acompañaba a mi hija en los desplazamientos que tenía que hacer, para actuar en los festivales a los que antes me referí.

Después de llevar un tiempo noviando con mi hija, en una de aquellas actuaciones y cuando el festival había finalizado, un señor se dirigió a mí diciéndome:
Vaya usted a los lavabos, que creo que su hija tiene algún problema.

Rápidamente me dirigí a los servicios y allí pude ver a mi hija llorando desconsoladamente y su novio dándole empujones, mientras la insultaba con palabras obscenas que preferiría no reflejarlas aquí.

Al ver este panorama tan nefasto para mi hija y para mí, no pude contenerme y pegué a este hombre. Yo no podía consentir que a mi hija la insultaran con aquellas palabras y mucho menos que la empujara de aquella forma.

El tipo, muy nervioso, me confesó que había dejado en estado a mi hija. Fue como una bomba de relojería para mí, me volví loco y entonces es cuando le pegué de verdad.

No podía controlarme ya que afloró toda la adrenalina que llevaba dentro y toda la rabia que estaba guardando desde hacía tiempo. Soy consciente de lo que hice estuvo mal, pero ni yo mismo sé el porqué llegué a aquel extremo.

Más tarde se casaron y buscaron un piso de alquiler, pero yo no veía salida para este matrimonio, ya que con las condiciones de vida que solían llevar, no podía salir bien. Él, en los trabajos que encontraba, no solía durar mucho tiempo y con lo que ganaba mi hija en las actuaciones, no era suficiente. Así que sabía que más tarde o más temprano pasaría lo que yo intuía, su disolución.

El día dos de agosto de mil novecientos ochenta y uno mi hija tuvo al hijo que estaba esperando, al que pusieron el nombre de Israel.

Un día de aquellos Jesús María, que era como se llamaba el marido de mi hija, se presentó en casa para decirme que mi hija se pinchaba heroína y que un traficante de drogas la había raptado a ella y a su hijo.

Ni que decir tiene cómo quedamos nosotros ante esta noticia tan dramática, estábamos desolados. Denunciamos el hecho a la policía y así pudimos enterarnos bien de por qué había pasado esta desgracia.

Jesús María estaba enganchado a la heroína y fue él el que incitó a mi hija para que entrara en el mundo de las drogas. Como no tenían dinero para abastecerse los dos y mi hija necesitaba pincharse, dejó a Jesús María y se fue con quien sabía que siempre la abastecería, con este traficante que además de tener mucho dinero, tenía siempre la heroína que necesitaba.

Pasamos unos días horrorosos sin saber dónde se encontraba mi hija. No conseguíamos ni comer, ni dormir y no dejábamos de llorar. Siempre pendientes del teléfono por si llamaba mi hija.

Cuando me acostaba para intentar dormir, tenía que dar la vuelta a la almohada, ya que estaba húmeda de las continuas lágrimas que derramaba sobre ella.

No se puede expresar con palabras, y menos reflejarlas con profundidad en estas líneas, el sufrimiento que tanto mi mujer como yo mismo tuvimos que padecer.

Aquí, con Paquita, empezaría nuestro verdadero sufrimiento, sufrimiento que duraría muchos años.

Sabía que Jesús María tenía algún contacto con mi hija, así que le pedí que, por favor, cuando viera a mi hija le dijera que nos llamara por teléfono, al menos, para saber cómo se encontraba ya que toda la familia estaba sufriendo mucho.

A los dos días, sobre las veintiuna horas, sonó el teléfono y por fin pudimos escuchar la voz de nuestra hija. Nos dijo que se encontraba en Almería, en un pueblecito de la comarca de Los Vélez llamado María. Después de hablar con ella y sabiendo que con aquel traficante mi hija se encontraba en peligro, acordamos dejar algunos de nuestros hijos con mis vecinos Julián y Fabiana que se ofrecieron desinteresadamente ayudarnos en todo lo que nos hiciera falta.

Una vez resuelto donde dejar a los niños, nos propusimos hacer un viaje relámpago y recuperar a mi hija de las garras de aquel sinvergüenza.

Todo fue muy precipitado, pero algo en mi interior me decía que lo que iba hacer era lo correcto. ¡Yo no podía dejar a mi hija en manos de criminales! Costara lo que costara me propuse sacar a mi hija de las garras de la droga.

A las veintidós horas cogimos el coche y pusimos dirección a Almería, llevándonos con nosotros a nuestros hijos Jorge y Alejandro, ya que no podíamos dejar a tantos niños a cargo de mi vecina.

Este precipitado viaje no tenía otro objetivo que llegar al pueblo desde el que mi hija nos llamó por teléfono antes de que amaneciera, ya que nos dijo que a la mañana siguiente se irían hacia Granada.

Le apreté al coche todo lo que pude, haciendo solamente una parada para tomar un café y repostar gasolina, pues eran setecientos kilómetros y si quería llegar antes de que levantaran el vuelo, tendría que correr todo lo que el coche me permitiera.

A las ocho de la mañana estaba ya en el pueblo de María, pero antes ya me había informado de la marca del coche que tenía este malnacido.

Era un Renault 5 blanco con matricula de Barcelona.

No tardé en encontrarlo pues es un pueblo pequeño.

Entramos dentro de aquel hostal en el que estaba aparcado el coche y nos dirigimos a una señora que había detrás de la barra, preguntándole discretamente que si se alojaban allí un matrimonio con un niño pequeño.

La mujer, que resultó ser la dueña, nos respondió que sí y poniéndome un poco nervioso la pregunté si en verdad sabía a quien había alojado en su hostal. Le hice saber que había alojado allí a un traficante de drogas y que éste se había llevado a mi hija. También le dije que yo había venido desde Barcelona dispuesto a llevármela por encima de todo y que estaba dispuesto a enfrentarme a él si fuera necesario con tal de conseguir mi objetivo. También le hice saber que avisaría a la Guardia Civil porque este hombre era muy peligroso.

La mujer, ante mi nerviosismo, trató de calmarme por todos los medios. Nos invitó a que tomáramos algo diciéndonos que así hablaríamos más tranquilos del problema e intentaríamos solucionarlo de la mejor manera posible.

Según me hizo saber, quería y debía evitar el escándalo en su negocio, ya que ella dependía de su clientela y lo que yo pretendía hacer y más tratándose de un pueblo pequeño, sería muy negativo para ella.

Me propuso que ella avisaría a mi hija de que sus padres estaban allí y que habían venido a por ella para ayudarla. Por mi parte y ya un poco más relajado decidí hacerle caso y esperamos a que avisara a mi hija. Pensé que si ella estaba dispuesta a venirse con nosotros evitaríamos más problemas pues al fin o al cabo a mí lo que me interesaba era tratar de recuperar a ella y al niño.

Afortunadamente poco después vimos bajar a mi hija por unas escaleras portando unas bolsas de viaje y el niño en los brazos.

Afortunadamente porque el traficante iba armado y en el estado en que yo me encontraba sin duda las cosas no habrían terminado bien.

Después de saludarnos sonriendo con un simple “hola”, nos besó como si no hubiera pasado nada y nos dijo “vamos a casa”.

Nos despedimos de esta señora y le dimos las gracias por las molestias que le hubiésemos podido ocasionar y por su ayuda para que los acontecimientos se arreglaran de la mejor manera posible para ambos. Después nos subimos al coche, satisfechos de que todo hubiera salido sin el menor contratiempo.

Nos dirigimos a Vélez-Rubio, que no queda muy lejos de María, a una casa que el tío Bernardo tenía a las afueras del pueblo y donde también vivía mi madre.

Al llegar a la casa, mi madre se extrañó de nuestra visita por sorpresa y sin avisar y enseguida pensó que algo había ocurrido. Nosotros tratamos de tranquilizarla y le mentimos diciendo que habíamos querido darle una sorpresa con nuestra inesperada presencia, pues no quisimos hacerla sufrir contándole nuestros problemas.

Estuvimos dos días en compañía de mi madre y del tío Bernardo antes de irnos a Barcelona.

Nunca me ha gustado curiosear en el bolso de nadie, pero en este caso no pude evitarlo y sin que mi hija me viera registré su bolso sospechando que pudiera llevar droga. Mis sospechas fueron acertadas ya que le descubrí unas papelinas que contenían unos polvos.

Enfadado y aprovechando que estábamos solos le dije a mi hija gritando:
Mira lo que hago con esta mierda.

Tiré al suelo las papelinas y con el pie las pisé repetidamente rompiéndolas y mezclando los polvos que contenían con la tierra. Aquella noche mi hija se puso muy mal con temblores y quejándose. Yo le dije que la llevaría al médico pero ella se opuso rotundamente.

Más tarde sabría que lo que tuvo mi hija fue el famoso “mono” que les da a todos los que se drogan cuando les falta la dosis. Pero en aquel tiempo, yo ignoraba todo lo relacionado al mundo de las drogas. Después de estar dos días con mi madre nos despedimos y emprendimos el viaje de regreso a Barcelona.

Llegamos a casa satisfechos de haber recuperado a mi hija y empezamos una vida normal con mi hija y mi nieto en casa, pues yo estaba dispuesto acoger a mi hija y a mi nieto dándoles oportunidad de rehacer su vida.

Mi ilusión no duró mucho tiempo, apenas llevaba una semana en casa cuando Paquita desapareció de nuevo con su hijo, dejándonos una nota en la que decía que no la buscáramos, ya que ella tenía derecho a elegir su forma de vida. También decía que se iba otra vez con el hombre del que yo la aparté en contra de su voluntad.

Esto nos afectó mucho, ya que vimos que todo nuestro empeño para intentar sacar a mi hija de las garras de aquel malnacido no había servido para nada.

Triste, desolado y aún en contra de mi voluntad, acepté lo que mi hija me imponía. Mi impotencia era grande y pude darme cuenta de que estaba en un laberinto sin salida.

A la semana de habernos abandonado, mi hija se presentó en casa acompañada de mi nieto y nos dijo que ella era muy feliz y que no le faltaba de nada y como prueba de ello nos enseñó unos cuantos billetes de dólar.

Que llevara esta divisa americana me extrañó, pues en aquel tiempo la gente humilde no solía llevar esta moneda. Esto me convenció aún más de que aquel malnacido era un verdadero mafioso y un narcotraficante.

Lo único que en aquel momento se me ocurrió que podía hacer era decirle que ella y el niño podrían venir a casa cada vez que quisieran, pero que ni se le ocurriera traer a ese hombre, pues yo no deseaba verlo y menos llegar a conocerlo.

Durante el tiempo que vivió con este traficante mi hija continuó haciéndonos visitas casi todas las semanas, hasta que ocurrió lo que era de esperar. Este individuo fue detenido y más tarde me enteré por mi hija que murió en la cárcel ahorcado.

Muerto el narcotraficante Paquita y Jesús María volvieron a reconciliarse, empezando de nuevo a vivir en pareja. Pero yo seguía sin verles futuro por ninguna parte, pues enganchados los dos a las drogas el dinero no les alcanzaba nunca para terminar el mes, llegando al extremo de no poder pagar el alquiler e incluso llegando la compañía eléctrica a cortarles la luz, por impago.

No hay comentarios: