martes, 2 de septiembre de 2008

Nuestro Traslado a Monzón. 1984

P

or aquella época en la fabrica de Aiscondel de Cerdanyola sobraba personal y por el contrario en la fabrica de Aiscondel de Monzón, en Huesca, faltaban operarios, así que la empresa propuso a los trabajadores de plantilla que si alguno le interesaba podía cambiar su puesto de trabajo a Monzón. Si lo hacía por supuesto seria indemnizado y continuaría percibiendo la misma renumeración sin perder su antigüedad en la empresa.

Pensé que se me presentaba una nueva oportunidad y que si sabía aprovechar la situación cogería un dinero extra que buena falta nos hacía.

Como yo al fin y al cabo era inmigrante en Cataluña me daba igual ser un inmigrante en Aragón y más teniendo en cuenta que la vivienda no era mía, así pues, con entregar la llave a la empresa, todo arreglado. Lo único que tendría que hacer sería la mudanza de los muebles.

Se lo comenté a mi mujer y los dos estuvimos de acuerdo, ya que me daban la opción de que si durante un año no me gustaba el cambio, sin ningún problema podría volver a Cerdanyola.

Me trasladé a Monzón y durante todo este año estuve viviendo apartado de mi familia en una pensión, pues con las dietas que me daban por estar fuera del puesto de trabajo de Cerdanyola, me bastaba para pagar la pensión, pagar los viajes que solía realizar todos los fines de semana para ver a mi familia y además, para darme algún capricho.

Lo malo fue que durante todo el año estuve solo en Monzón y tuve que estar separado de mi familia por doscientos kilómetros. La verdad que acostumbrado a estar siempre al lado de mi mujer y de mis hijos, se me hizo muy pesado. Recuerdo que siempre estaba deseando que llegara el viernes para marchar a Cerdanyola y poder abrazar a mi mujer y a mis hijos.

Aparte de estos inconvenientes me agradaba Monzón, pues es una ciudad muy acogedora y sus gentes son muy abiertas con la gente que viene de otras regiones hermanas.

Además tiene de todo. No tienes que desplazarte para nada a otras localidades si no lo deseas.

Como la decisión no dependía sólo de mí pedí a mi mujer que visitara Monzón para ver que le parecía a ella. Su primera impresión fue muy positiva, pues lo primero que vio fue la avenida de Lérida, que es preciosa y me acuerdo que sus primeras palabras fueron “Me encanta Monzón”.

Ya de acuerdo mi mujer y habiendo cumplido el año que tenía de prueba para decidir si me quedaba o volvía a Cerdanyola, decidimos nuestro traslado.

Con el dinero que me dieron de la indemnización nos compramos un piso de segunda mano y después de restaurarlo un poco cargamos los muebles en un camión y nos vinimos definitivamente a vivir a esta ciudad tan maravillosa y acogedora.

Con este cambio la más perjudicada fue Isabel ya que ella se había echado novio en Cerdanyola.

El chico se llama Alfredo y, como es normal, cuando dos personas se aman la separación duele mucho.

En principio mi familia se adaptó bien a nuestro nuevo cambio, la única que no lo asimilaba era mi hija Isabel.

Finalmente Alfredo buscó trabajo en Barcelona para Isabel, y ésta nos abandonó yéndose al lado de su novio. Yo no me opuse a ello ya que ella ya era mayor de edad y tenía derecho a elegir el rumbo de su vida.

En cuanto a Paquita, como es normal, se quedó en Cerdanyola con su marido e hijo, pero las cosas continuaban de mal en peor. A aquel matrimonio no le quedaba mucha vida.

Isabel terminaría viviendo en pareja con Alfredo. Arrendaron un supermercado en Santa Perpetua de la Moguda, alquilaron un piso y empezaron una nueva vida. Nosotros los veíamos muy a menudo ya que íbamos de vez en cuando a su casa de Barcelona.

En uno de estos viajes nos enteramos que Paquita estaba en estado. Pensé que no sabía como iba a terminar todo aquello. Nuestra preocupación era evidente, pues yo sabía que su pareja iba a durar poco y el problema se complicaría más con otro hijo en camino, pero no se podía hacer nada, deberíamos dejar pasar el tiempo y que decidiera lo que estaba por venir.

Un mes antes de salir de cuentas Paquita, su marido se eximió de toda responsabilidad mandando a mi hija y a mi nieto a Monzón para que diera a luz.

Al mes de estar en mi casa dio a luz una niña con muy poco peso y con el síndrome de abstinencia. La registramos en el Registro Civil de Barbastro con el nombre de Tamara.

A los quince días de haber tenido mi hija a la niña, vino su marido a verla y a pesar del comportamiento tan anormal que tenía Jesús María, nosotros lo recibimos bien y lo acogimos en casa. Pero su desvergüenza no tenía límites, pues en agradecimiento, nos hizo una buena faena.

Recién habían terminado de comer (yo me encontraba trabajando) Jesús María dijo que salía un momento a la calle a tomar café y a comprar tabaco, pero el tiempo pasaba y no regresaba.

Todos estaban preocupados, no fuera que le hubiese ocurrido algo, y ya se disponían a salir a buscarle cuando se presentó una patrulla de la Policía Municipal y lo trajeron drogado y borracho.

Después del lamentable estado en que lo trajeron empezó a insultar a toda la familia, entonces mi hijo Juanjo no se pudo contener y le dio una buena tunda de puñetazos.

Ante este vergonzoso comportamiento mi mujer, para evitar más problemas, cogió una bolsa y metió toda la ropa que había traído, más una parte que sacó de la lavadora a medio lavar y se la entregó invitándole a que abandonara mi casa.

Aquella noche Jesús María durmió en una pensión y al día siguiente regresaron los dos con sus hijos a Cerdanyola.

Fueron pasando los meses y nuestras vidas siempre estaban en tensión, esperando que en cualquier momento surgiera lo peor.

Un día, en el trabajo, recibí una llamada telefónica de mi mujer. Me dijo que me esperaba en casa, que había surgido algo imprevisto y que teníamos que ir a Barcelona.

Nervioso, me fui a casa. Allí me dijo que había recibido una llamada de un médico de una clínica de Sabadell, pidiéndonos autorización para operar a mi hija urgentemente. Sin pensarlo más cogimos el coche y nos fuimos llevándonos a nuestros hijos Alex y Raquel ya que todavía eran pequeños para dejarlos solos en casa. Cuando llegamos a la clínica ya habían operado a Paquita.

Desde estas líneas quiero agradecer a mis hermanas, que hicieron compañía a mi hija en la clínica, el día de esta tragedia, evitando que en estas circunstancias tan duras para ella, pudiera encontrarse completamente sola.

Después de hablar con el médico pudimos enterarnos de que tuvieron que extirparle el bazo debido a una brutal agresión de malos tratos por parte de su marido. Aquella noche mi mujer y yo decidimos que ella se quedaría acompañando a Paquita. Y yo me llevaría a Alex y a Raquel a casa de mi hija Isabel.

Cogí el coche y nos dirigimos a casa de mi hija. Al mismo tiempo que conducía, me esforzaba por contener mi llanto, para que los pequeños no se percataran de ello pero no podía controlarlo. Alex, aunque pequeño, se daba cuenta de la situación y me preguntaba:
¿Papá por qué lloras?

Cuando llegue a casa de mi hija, todavía llorando, le conté lo sucedido a su hermana. Isabel trató por todos los medios de consolarme pero la pena me ahogaba y no encontraba consuelo.

Al día siguiente fui a ver a Paquita, que ya un poco mejor pudo contarnos toda la tragedia. Según ella por cuestión de las drogas, su marido le dio una brutal paliza delante de los niños. La dejó desangrándose y huyo abandonándola a su suerte. Sólo gracias a la intervención de los vecinos que acudieron en su auxilio y avisaron a una ambulancia, no murió desangrada.

Cuando mi hija estuvo un poco más recuperada, la dejamos en la clínica y nos llevamos a mis nietos a Monzón.

A la semana siguiente fuimos de nuevo a verla y nos encontramos con que ya le habían dado de alta. Una vez que la vimos nos dijo que el médico deseaba hablar con nosotros, así que antes de regresar a Monzón me dirigí a la clínica para hablar con el médico. La conversación que tuve con éste me dejó un sabor muy amargo.

A partir de aquel momento la tristeza me inundó y la llevo conmigo desde entonces.

Yo siempre tuve fe, esperando que algún día mi hija pudiera salir del mundo de las drogas y pudiera llevar una vida normal, pero a partir de la noticia que me dio el médico, mi fe se vino abajo y pude ver la muerte muy cerca de nosotros, ¡mi hija tenía los anticuerpos del sida!

A pesar de mi angustia y de mi tristeza yo me esforzaba ante mi hija para que ella no fuera consciente de la angustia que me inundaba y trataba de animarla para que dejara la vida que hasta ese momento había llevado y de esta forma poder rehacer su vida con sus dos hijos.

Cogimos el coche y regresamos a Monzón con mi hija. Aunque el piso era pequeño pusimos literas y nos acomodamos como pudimos, sacando espacio de donde no lo había.

A Isabel y Alfredo les empezaron a ir las cosas mal en el supermercado hasta el punto de quedarse sin trabajo. Y el problema se agravó más, ya que en aquel tiempo comenzaba la crisis de los años ochenta y en Barcelona no había manera de encontrar un puesto de trabajo.

Viendo su situación yo mismo me llevé a los dos a mi casa para ver si aquí tenían más suerte y podían encontrar trabajo. En Monzón por lo menos tendrían la oportunidad de trabajar aunque fuera en el campo recogiendo fruta.

Lo malo es que me fue imposible convivir con tanta familia en un piso de sesenta y cinco metros. Ante este problema busqué una pequeña casa para mi hija Paquita y sus hijos, desde luego pagando yo el alquiler, la luz y el agua ya que ella no tenía ningún medio para subsistir.

En cuanto a Alfredo e Isabel, después de encontrar trabajo y vivir una temporada en mi casa, alquilaron un pequeño piso, en donde pronto tendrían una niña a la que pusieron el nombre de Sara. Después vino Alan y más tarde Joel.

Unos años más tarde las cosas fueron mejorando y pudieron acceder a comprarse un piso en propiedad. Lo único que les deseo es que tengan mucha suerte en la vida y que puedan criar bien a sus hijos.

Paquita conoció a un chico y éste se fue a vivir con ella a la casa que yo le había buscado. Durante algún tiempo me libré de pagar el alquiler, la luz y el agua, pero como es normal en el mundo de las drogas, no puedes tener estabilidad y la pareja después de un corto período de tiempo se rompió.

La causa, la de siempre, las drogas. Así que ante la ruptura de la pareja, tuve que volver a hacerme cargo de los gastos de la casa.

La situación de Paquita iba de mal en peor, llegando el día que se hizo insostenible. Ante el desamparo de mis nietos solicité la tutela a la Diputación General de Aragón para traérmelos a mi casa.

Después de un estudio exhaustivo la Diputación no puso objeción alguna y me concedió la tutela de Israel y Tamara.

Pero la familia aún tendría que aumentar más.

El día veintiocho de septiembre de mil novecientos ochenta y ocho en el hospital de Barbastro nació Noemí.

Ante este acontecimiento de alegría para nosotros, no he logrado olvidar las palabras que pronunció mi hija Paquita, cuando fue a la clínica para ver a su madre:
Esta niña será la que me sustituirá a mí.

Noemí durante muchos años ha sido el juguete de sus padres y de sus hermanos.

Sinceramente creo que igual le dimos demasiados mimos y con el tiempo ya veremos el resultado, pues de momento es excesivamente nerviosa y tiene muy mal genio. Esperemos que conforme vaya creciendo también siente la cabeza.

Con Paquita llegamos a perder toda relación y aunque esto fue muy doloroso, ya no podíamos aguantar más. La convivencia en casa se hacía insostenible.

A pesar de esta dureza por nuestra parte, nuestro corazón estaba partido en mil pedazos y ni tan siquiera éramos capaces de dormir sabiendo que nuestra hija era irrecuperable. Además, con la enfermedad que llevaba en la sangre no iba a durar muchos años.

Un domingo que estábamos en la piscina con nuestros hijos y nietos vino en busca nuestra una señora de Cáritas y nos dijo que quería hablar con nosotros. Esta señora nos pidió que hiciéramos algo por Paquita, que la ayudáramos para ingresarla en un centro de desintoxicación.

Fui a ver a mi hija y la encontré muy deteriorada, así que otra vez más nos dispusimos a ayudarla.

De momento la ingresamos en una clínica de la Seguridad Social en Huesca para que se desintoxicara y pudiera reponerse un poco. Cuando le dieron el alta, la ingresamos en un centro de desintoxicación de Zaragoza, conocido como Proyecto Hombre.

Esta decisión de mi hija me animó mucho y por fin creía ver una salida para ella, de ese mundo al que odio con todo mi corazón.

Creí que si al menos conseguíamos sacarla del mundo de la droga, los años que le pudieran quedar de vida podría vivirlos con la familia y disfrutar de lo que hasta ahora no había podido, de sus hijos.

Todas las semanas íbamos a Zaragoza al Centro de Desintoxicación para ver a mi hija. Después de verla nosotros le dejábamos tener a sus hijos en aquel centro durante cuatro o cinco horas para que como madre pudiera disfrutar de ellos.

Mientras tanto, nosotros, todas esas horas las pasábamos dando vueltas por Zaragoza, con el rumbo perdido, sin tener muy claro hacia dónde ir hasta que llegaba la hora de recoger a los niños.

Comíamos en cualquier restaurante y a las seis de la tarde regresábamos al centro para recoger a los niños. Con esta marcha seguimos durante los dos años que estuvo en aquel centro.

Al cumplir en el Centro el tiempo que ellos consideraron suficiente, empezaron a dejarla salir a la calle. Pero la calle fue su perdición, no logró superar aquella prueba de fuego.

Era tan difícil para ella que nos llevaba a todos hacia la locura. Después de dos años sin tomar droga, mi hija recayó y nosotros, apenados y hartos de tanto esfuerzo en vano, estuvimos un tiempo sin relacionarnos con ella.

Aparte de alguna carta que nos llegaba, no sabíamos la vida que llevaba fuera de aquel Centro.

Mi mujer y yo nos pusimos de acuerdo para no contestar aquellas cartas, pues nuestro corazón estaba dividido en dos partes, una de pena y amor hacia nuestra hija y la otra de rencor por los catorce años de sufrimiento que nos había dado. En aquel momento quisimos hacernos los fuertes y prevaleció en nosotros la parte del rencor, partiéndosenos el corazón cada vez que nos llegaba una carta y no la contestábamos.

No sabemos la vida que mi hija llevó en Zaragoza durante todo el tiempo en que salía y entraba en aquel Centro, pero yo preferí no saberlo.

Un día de aquellos recibimos una carta de una monja desde un Centro para Enfermos Terminales. En la carta la monja nos decía que mi hija se encontraba en aquel Centro Terminal y que estaba muy malita. Y nos pedía, por favor, que no dejáramos de ir a verla.

En este momento el amor que teníamos a nuestra hija prevaleció sobre todas las cosas, así que nos pusimos en camino hacia aquel centro y aprovechando que estaban mi suegra y José en casa, nos acompañaron.

Nos recibió una hermanita de aquel centro y nos condujo a la habitación que ocupaba Paquita. Al verla mi mujer y yo nos miramos a los ojos con miradas interrogantes. Pero ¿podía ser aquella nuestra hija? La verdad es que la vi tan deteriorada que no la reconocimos, por un momento dudamos incluso si era ella, pues era completamente un esqueleto.

Nos acercamos y abrazándonos nos besamos. No pudimos contenernos y mi mujer y yo rompimos a llorar desconsoladamente. Mi propia hija y aquella monja trataron de consolarnos, pero mi pena era tan grande que mis lágrimas fluían continuamente.

La monjita se percató de que mi pañuelo estaba empapado y mientras cariñosamente intentaba consolarme de la pena que me ahogaba, me dio uno de repuesto.

Mi hija dirigiéndose a nosotros dijo:
Sabía que vendríais. Tardasteis un poco pero no importa, lo importante es que estáis aquí. Ahora os esperaré en otro sitio. Espero que tardéis mucho en llegar.

Esta frase me dio a entender que ella era consciente de que lentamente se estaba muriendo y lo tenía superado.

Pensé que igual hicimos poco por ella, quedándome el remordimiento y pensando si aún podíamos haber hecho algo más.

Me sentí un poco culpable. Yo sé que he tenido errores en mi vida, pero también sé que he tenido un borrador para corregirlos.

Por medio de ellos aprendí que la parte más importante de nosotros es la que llevamos dentro de nuestro corazón y que en cualquier sitio dejaremos nuestra marca.

Fui interrumpido de aquellos pensamientos por la monjita, cuando animando a mi hija la invitó a que diera un paseo por el patio con nosotros. Ella estuvo de acuerdo de dar aquel paseo y ayudada por aquella monja, ya que sola era incapaz de andar, dimos una pequeña vuelta al patio pues pronto tuvimos que ir de nuevo a la habitación, ya que se cansaba y no tenía ánimos para continuar.

La dejamos en aquel centro y tuvimos que regresar a Monzón ya que habíamos dejado solos a hijos y nietos.

Poco después recibimos la llamada de aquel Centro en la que nos comunicaban que mi hija se estaba muriendo.

Mi mujer, mi hijo Juanjo y yo nos fuimos enseguida a Zaragoza y allí vimos a mi hija postrada en una cama, en una larga y lenta agonía.

No puedo expresar aquí lo que llegó a sufrir en aquel lecho de muerte. Lo que más me dolió, aparte de la muerte de mi hija, fue cuando nos dijo:
Quitarme los pendientes y se los dais a mi hija para que tenga un recuerdo de su madre.

Estas palabras suyas me desgarraron el corazón y jamás las olvidaré. En ese momento pensé que mi hija no se merecía tanto sufrimiento para morir, ya que había sufrido bastante en la vida para merecer esto.

Por fin acabó su sufrimiento el día diez de julio del año mil novecientos noventa y cinco. A los treinta y un años de edad le dimos sepultura en el Cementerio de Torrero de Zaragoza. Y con ella quedó enterrada una parte de mi vida que ya no podré recuperar.

Con la muerte de Paquita quedamos todos traumatizados y aunque se suele decir que el tiempo lo cura todo, no estoy de acuerdo del todo con este dicho. Es cierto que vas asimilando que ese ser querido ya no está, pero te queda un vacío por dentro ya que ese ser querido compartió contigo una parte de su vida, te dio sus besos, sus alegrías, sus sonrisas, y por qué no, también sus penas. Y todos estos recuerdos los tendremos con nosotros hasta el final de nuestros días.

Aunque a pesar de todo piensas que tienes que seguir adelante, porque si bien algunos se fueron hay otros que te quieren y a los que tú quieres, que te necesitan. Por eso creo que bien merece la pena seguir luchando y no defraudar a los que están con nosotros, pues nuestras vidas son como un soplo, una intención de nuestro ser profundo, que actúa y nos da fuerza para seguir viviendo, es algo que no vemos, pero que sabemos que está ahí y nos da la fuerza para levantarnos cada vez que caemos, algo que nutre nuestra alma aunque el camino a recorrer no sea fácil, pero que hará posible que nos apoyemos en el y podamos seguir adelante al lado de los que están con nosotros.

Creo que nunca deberíamos perder la confianza en nosotros mismos pero sí aceptar lo que no podemos cambiar, pero si podemos deberíamos hacerlo sin dudar antes de que sea demasiado tarde, porque nos hará sentirnos bien con nosotros mismos y siempre estaremos a tiempo de volver a empezar, siendo conscientes de nuestros logros y sabiendo disfrutar de ellos y en caso de que nos equivocáramos reconocer nuestros errores porque creo que de cada acierto también puede venir un fracaso y en este caso no tener en cuenta lo malo que nos ha podido pasar.


Fueron pasando años y mi nieto Israel llegó a su mayoría de edad. Según él quería ser más libre y se independizó. Yo pienso que en mi casa todos somos libres, pero que tenemos que guardar unos mínimos de convivencia si queremos que nuestra familia no se rompa y se haga difícil la convivencia.


Mi conciencia la tengo muy tranquila, pues cuando estaba indefenso y en desamparo, lo acogimos, sacamos espacio donde no lo había, lo alimentamos, lo vestimos, lo educamos y cuando estaba enfermo lo llevamos al médico, y como no, lo más importante, tratamos de darle todo nuestro cariño y todo nuestro amor, como si fuéramos sus propios padres. ¿Qué más podemos hacer? Él quiso tomar esta decisión y nosotros se la respetamos.


En cuanto a Jorge, Alex y Raquel continuaron trabajando cada uno donde podían y según sus posibilidades y Tamara y Noemí en el colegio.



Jorge empezó a sufrir unas depresiones que no exteriorizaba. Mi hijo, a pesar del sufrimiento que llevaba dentro, no se lo manifestaba a los demás y aún encontrándose mal nunca le faltaba la sonrisa.

Para combatir estas depresiones el psiquiatra le mandó tomar unas pastillas que se llaman Trankimazin. Nunca consiguió dejarlas, haciéndose cada día que pasaba más adicto a ellas y viéndose obligado a tener que aumentar la dosis progresivamente.

Este tratamiento sería muy negativo para él ya que su empeoramiento iba progresando cada día que pasaba, no demostrando interés por nada.

Por fin un día pude ver en él una salida. Conoció a una chica con la que empezó una relación de noviazgo. A partir de ese momento pude ver en él una ilusión y ganas de vivir. Mi hijo cambió completamente y al final pudimos ver una luz de esperanza.

Su felicidad era evidente, estaba completamente enamorado.

Esta chica estudiaba derecho en Zaragoza y mi hijo no dudó en ayudarle en sus gastos de estudios, pues Jorge siempre fue muy generoso con todos. Él nunca le dio valor al dinero y en ella tenía una fe ciega, hasta el punto de entregarle su tarjeta de crédito para que dispusiera de dinero siempre que le hiciera falta. Además, a él no le importaba comprarle ropa y para sus desplazamientos le compró un coche, como no, pagando todos los gastos que suele originar un vehículo de transporte, seguros, mantenimiento y gasolina.

A esta chica la recibimos en casa como si de una hija se tratara. De hecho nos pareció muy buena persona y llegó a conquistarnos a todos, hasta tal punto que creó en nosotros una ilusión y nos hizo pensar que a mi hijo lo mejor que le pudo pasar en la vida fue el haberla conocido.

Ya llevaban cuatro años de noviazgo cuando terminó su carrera de Derecho. Todo iba como se suele decir viento en popa.

Tengo que aclarar que esta chica tenía una hermana que también había estudiado Derecho. Ésta trabajaba en un bufete de abogados en Barcelona e influyó en ella para que se fuera a trabajar al mismo bufete.

Al principio ella se oponía para no distanciarse de mi hijo e intentó buscar en Monzón un trabajo, pero viendo que no lo conseguía y ante la presión de sus padres cedió marchándose a Barcelona, no sin antes prometer a Jorge que allí buscaría vivienda para poder hacer una vida en pareja.

Y lo cumplió, pues al cabo de estar un tiempo viviendo en casa de su hermana encontró un pequeño piso en Barcelona. Una vez conseguido el piso mi hijo se llevó sus pertenencias y se fue a vivir con su novia.

Allí los dos empezarían a vivir una vida en pareja. Jorge pronto encontró trabajo y los dos empezaron una vida estable. El trabajo que realizaba Jorge conllevaba muchos esfuerzos físicos y siempre estaba expuesto a una temperatura muy alta ya que se trataba de una fundición.

La situación se complicaba más debido a la cantidad de horas extraordinarias que tenía que hacer, no solían bajar de trece horas diarias y a veces hasta los sábados y domingos. Yo en muchas ocasiones aconsejé a mi hijo que no trabajara tanto ya que estaba mal de la columna y en un futuro le podían quedar secuelas. Pero mis consejos no surtían efecto, su respuesta era siempre la misma, que como su novia aún estaba aprendiendo tenían muy pocos ingresos y que les hacía falta mucho dinero, ya que pretendían arreglar el piso. Había que comprar los muebles, el frigorífico, la televisión, la lavadora, etc. Por tanto debería hacer un esfuerzo hasta conseguir lo que se habían propuesto.

Jorge y su novia solían venir a casa de vez en cuando. A pesar de seguir con el tratamiento psiquiátrico yo le veía muy mejorado, con muchas ganas de vivir e ilusionado. Así que mi tranquilidad era evidente, todos veíamos en esta chica la mejor cura para mi hijo.

Ella había logrado para nosotros un milagro, sacándolo de ese desinterés por las cosas que nos rodean y haciéndole entender que bien merece la pena de vivir, amar y ser amado.

Ella era la que hacía y deshacía en casa, figurando todo cuanto tenían a su nombre y él ni tan siquiera disponía de dinero, pues yo mismo vi en más de una ocasión que cuando Jorge necesitaba comprar tabaco o bien tomarse algún café le pedía el dinero a ella. Mi conclusión es que mi hijo se eximió de toda responsabilidad confiando completamente en ella.

Pronto esta chica consiguió superarse en el bufete y su salario fue en aumento, tanto como para superar a mi hijo a pesar de que él estaba reventado de hacer tantas horas.

Un viernes de tantos el jefe de aquel bufete, la hermana de su novia y una niña pequeña que ésta tenía vinieron de Barcelona para celebrar un juicio en Huesca. Y el sábado se vinieron Jorge y su novia con el marido de la hermana de ésta, en su coche. Aquel día Jorge y su novia estuvieron todo el día en mi casa y comimos todos como si todo fuera felicidad y reinara entre ellos la mayor armonía.

Estando los dos de acuerdo, aquella noche se fueron a dormir a casa de los padres de ella, regresando el domingo por la tarde a mi casa.

Jorge se tendría que quedar a dormir en mi casa aquella noche e irse en el tren al día siguiente, ya que según ella no cogían todos en el coche. Porque aunque su jefe se había ido el día anterior en su coche, ella tendría que llevar a su hermana, su cuñado y a la niña que iría en el asiento de atrás en la sillita. Quedaba claro que en el coche no había sitio para él.

Se despidió de nosotros besándonos con aquel semblante sonriente que tanto la caracterizaba, nos abandonó y regresó a Barcelona en compañía de su hermana, cuñado y la niña.

A las nueve de la mañana del día siguiente sonó el teléfono y lo cogió mi mujer. La llamada era de ella y le pidió a mi mujer que se pusiera Jorge.

Al coger el teléfono mi hijo las únicas palabras que pudo oír fueron:
Jorge, no vengas a casa, que te he dejado.

Y le colgó sin dar más explicaciones. Yo mismo pude oír la respuesta de mi hijo:
Pero, ¿qué me dices, cariño?

No sé si ella llegó a oírlo o le colgó antes, pero mi hijo muy nervioso me pidió que lo llevara a la estación de autobuses con mi coche con la intención de llegar lo más pronto posible a Barcelona. Ni siquiera quiso esperar el tren. Yo accedí y lo llevé, pero no llegamos a tiempo, el autobús ya se había marchado.

Regresamos a casa y pidió a mis hijos Juanjo y Raquel que lo llevaran a Barcelona con su coche y se fueron los tres rumbo a Barcelona, hacia su casa.

Cuando llegaron la puerta estaba bloqueada ya que habían cambiado la cerradura, dejando dentro de la casa todas las pertenencias de mi hijo.

Ante este grave problema decidieron los tres ir al bufete donde ella trabajaba para que les diera una explicación de los hechos. Llamaron al timbre e identificándose pidieron por favor que bajara para poder hablar con ella.

Su hermana les hizo saber que entre su hermana y Jorge todo había acabado. Y mintió diciendo que se encontraba ingresada en una clínica a causa de las depresiones que tenía por culpa de mi hijo. No obstante dijo que ella bajaría para hablar con ellos.

No tardó mucho en bajar, acompañada por su jefe. Juanjo y Raquel hablaron con ellos del problema, pero ellos se mostraron muy duros y les dijeron que si ella no deseaba vivir con Jorge no estaba obligada a ello. También le dijeron a Jorge que por su bien debería dejar las cosas como estaban, si es que no quería verse en un montón de problemas, y que si su intención era molestarla, para empezar, le pondrían una demanda por malos tratos psicológicos. Además, dijeron que no olvidara que estaba tratando con abogados.

La respuesta de mis hijos a estas insinuaciones o coacciones, fue que por muy abogados que fueran, lo que habían hecho bloqueando la puerta y dejando las pertenecías de Jorge dentro de casa no se podía hacer. Pero su respuesta fue inmediata:
Todas sus pertenencias se las mandaremos en breves días a través de una agencia.

Juanjo y Raquel insistieron en que Jorge denunciara estos hechos, pero mi hijo no deseaba hacer ninguna denuncia a la persona que amaba. Yo creo que tenía fe y creía que aún volvería con ella. Yo como padre lo único que podía hacer era traérmelo a casa. Y eso es lo que hice, adapté una habitación para él y me lo llevé a casa.

A la semana se recibieron unos paquetes con sus cosas más íntimas como ropa, documentos y unos álbumes de fotos. Esto fue lo único que se recibió, lo demás lo perdió todo. Allí se quedaron todos sus esfuerzos, sus ilusiones, sus esperanzas y, como no, su amor, porque él nunca dejó de quererla a pesar de todo el mal que le hizo.

Sé que mi hijo intentó en más de una ocasión ponerse en contacto con ella pero sus llamadas no obtuvieron respuesta.

A consecuencia de su fracaso amoroso perdió las ganas de vivir.

La primera semana de estar en casa se negó a comer, no probando bocado durante toda la semana a excepción de agua y algún café con leche. Yo no le veía ninguna salida a todo esto y, mientras, las dosis de medicación para sus depresiones fueron en aumento.

Durante toda la semana se pasaba el día de la televisión a la cama y de la cama a la televisión, y si salía el fin de semana se desmadraba bebiendo alcohol, cosa que con aquellas pastillas era una bomba de relojería.

Un fin de semana me llamaron del hospital de Barbastro para comunicarme que mi hijo se encontraba ingresado allí por un intento de suicidio. Había injerido una caja entera de pastillas y las había mezclado con mucho alcohol. En esta ocasión pudieron salvarle la vida y lo mandaron al hospital de Huesca a la sala de Psiquiatría. Allí estuvo ingresado un tiempo y le cambiaron el tratamiento.

En una de las visitas que le hicimos nos llevamos su ropa para lavarla y al mirar sus bolsillos antes de introducirla dentro de la lavadora vimos una nota que suponemos que escribió antes del intento de suicidio. En ella decía que había llegado a la determinación de quitarse la vida porque su vida sin su pareja no tenía sentido para él. De la nota saqué la conclusión de que además de sentir un amor ciego a esta persona, también sentía odio por la traición a su amor, ya que en la nota también decía “ a mi entierro que no venga mi novia ni ninguno de su familia”. La nota terminaba “os quiero a todos, y espero que sabréis perdonarme”.

Yo nunca le insinué a él nada sobre la nota tan amarga que nos dejó, pero sí que le dije:
Jorge, si algo significamos para ti y por el amor que te tenemos, no nos des este sufrimiento. Ya hemos perdido a tu hermana y no te queremos perder a ti. Creo que no lo soportaríamos.

Ante esta súplica mía, me contestó:
Tranquilo, no me quitaré la vida.

Pero su empeoramiento era evidente y aunque no exteriorizaba su sufrimiento, sus padres sí que podíamos ver la tristeza que le envolvía. En sus ojos se podía apreciar lo que llevaba dentro, aunque por nosotros siempre se forzó para que no nos faltara su sonrisa, su bonita sonrisa.

Para mí mi hijo ya no vivía en este mundo. Si salía a la calle nuestro sufrimiento no tenía límites, ¿cómo podíamos dormir después de la experiencia que habíamos vivido? Cuando salía, ya no nos extrañaba que nos llamaran desde el Hospital de Huesca y nos digieran que estaba ingresado, pues estábamos acostumbrados.

Un día de fin de semana en que mi hijo había salido llamó al timbre un policía municipal. Nos dijo que mi hijo intentaba suicidarse y que a pesar de ir tras él para que desistiera, se les había escapado y no conseguían encontrarlo.

Yo, muy nervioso, me levanté y empecé a dar vueltas por todo el pueblo esperando poder encontrarlo. Pero todo fue en vano, por más vueltas que di no logré encontrarlo por ninguna parte.

Desistí de aquella búsqueda y regresé a casa pensando que ya se habría ido él al hospital para que lo ingresaran, pues como he dicho anteriormente esto era habitual en él.

Me equivoqué. Encontraron a mi hijo muerto en la vía del tren. Al final había conseguido lo que desde un principio se propuso, poner fin a su vida dejándonos a todos en la más completa desolación.

El día veintiséis de marzo del año dos mil dos, dimos sepultura a mi hijo en el Cementerio de Monzón.

De nuevo estoy sin palabras para definir el dolor por la pérdida de un hijo.

Cuando vas por la calle y te encuentras con amigos, hablas con ellos e incluso les sonríes, haciendo ver que estás con ellos viviendo ese momento, pero no lo estás, porque todo es forzado, tu mente no está viviendo ese momento, porque no está allí. Está en otro sitio, en el recuerdo de ese hijo que se fue y que mientras vivas no lograrás apartar de tu mente.

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