martes, 2 de septiembre de 2008

El Nacimiento de Nuestros Hijos.1960-1988

N


os preparamos para recibir a nuestra hija Isabel. A mi mujer le asignaron la comadrona en Ripollet.

En aquel tiempo, y siempre que no hubiera peligro para la madre, el niño nacía en casa con la asistencia de la comadrona, pero estaba claro que los problemas nos perseguían hasta para el nacimiento de mi hija.

El día cuatro de noviembre sobre las veintidós horas mi mujer empezó con los dolores de parto. Poco antes de que mi mujer empezara a tener los primeros síntomas empezó una gran tormenta, muy similar a la que tan malos recuerdos nos había dejado.

Las viviendas estaban situadas fuera de Cerdanyola, prácticamente aisladas, pues estaban en el campo, con el agravante de que en aquel tiempo ni nosotros ni ninguno de nuestros vecinos teníamos teléfono ni coche. Aquella noche la lluvia era torrencial, con unos relámpagos y truenos que no cesaban. Y por si faltaba poco nos quedemos sin el fluido eléctrico, teniendo que recurrir a unas velas para alumbrarnos.

Mi mujer seguía quejándose fuertemente de sus dolores y yo no sabía que hacer, así que la dejé con mi suegra y con dos vecinas que se ofrecieron por si en algo podían ayudar y preocupado ante la situación que se nos presentaba, salí corriendo en busca de la comadrona.

Ésta vivía a unos tres kilómetros de nuestra casa y para llegar a Ripollet había que cruzar un puente.

Llegué corriendo al puente, pero me quedé petrificado al ver con mis propios ojos lo que tenía delante. Donde debía estar el puente ya no había nada, el río se lo había llevado. Retrocedí desorientado y sin saber el camino que iba a tomar. Y dándole vueltas a la cabeza me vino a la memoria que había otra comadrona que vivía en Cerdanyola y pensé que aunque no era la que tenía asignada, si le explicaba mi situación podría ayudarnos y asistir a mi mujer. Así que sin saber donde vivía y sin dejar de caerme el agua encima, busqué como pude la casa de esta señora.

Cuando la encontré, golpeé insistentemente la puerta ya que el timbre no funcionaba.

Ante mi insistencia se asomó a una ventana y muy enfadada conmigo por mi testarudez golpeando la puerta, me preguntó que qué demonios me pasaba y que si estaba loco.

Me disculpé por haberle aporreado la puerta, le conté mi problema y le pedí que por favor ayudara a mi mujer que se encontraba de parto. Por fin cedió dispuesta a acompañarme, pero no sin antes decirme que buscara un taxi para poder desplazarnos. Intenté buscar el taxi, pero aquella noche con la tromba de agua que estaba cayendo, parecía ser que se los había tragado la tierra, además de que los taxis que por entonces existían en Cerdanyola eran pocos.

Finalmente la comadrona llamó a un taxi desde el teléfono de su casa, que no tardó en presentarse.

Nos dirigimos a mi casa temiendo lo peor ya que mi mujer no tenía ninguna asistencia aparte de mi suegra y las dos vecinas.

La comadrona le indicó al taxista que esperara en la calle mientras visitaba a mi mujer, y después de reconocer a mi esposa y viendo que ni tan siquiera teníamos agua ni luz, decidió que para evitar problemas la llevaríamos al Hospital Clínico de Barcelona.

La cosa no era tan sencilla, ya que aquellas calles no estaban asfaltadas, el taxi se había atascado y el taxista muy enfadado por la mala situación de aquellas calles, me pidió un pico y una pala para echar tierra delante de las ruedas y probar a sacar el coche de aquel barrizal.

Como es natural yo carecía de esas herramientas así que me dirigí corriendo a la fábrica en la que trabajaba y que estaba a pocos metros. Allí me dejaron las herramientas necesarias y por fin logramos sacar el coche y dirigirnos al hospital.

Por lo demás el parto fue muy bien y mi hija Isabel vio la luz por primera vez el día cinco de noviembre a las tres de la mañana en el Hospital Clínico de Barcelona. Era una niña preciosa y vino para alegrarnos la vida, sacándonos de tantos contratiempos y de tantas tristezas que hasta la fecha siempre nos habían acompañado. Ella fue la que en aquellos años de tristeza dio sentido a nuestras vidas e hizo que, por un momento, nos olvidáramos del pasado y que la alegría entrara en nuestra casa.

Pero no se quedaría sola, necesitaba una hermanita para compartir sus juegos. Siendo conscientes de ello escribimos a la cigüeña y nuestros deseos fueron complacidos.

El doce de enero del año mil novecientos sesenta y cuatro a las cuatro de la mañana y con una diferencia de edad de tan sólo catorce meses se presentó Paquita, otra niña que vino a engrosar la alegría de la casa.

Si Isabel era preciosa Paquita no se quedaba atrás. Mi mujer y yo estábamos muy ilusionados y contentos con estas dos hijas tan guapas. Nos esperaban unos cuantos años de felicidad. Además la economía mejoró notablemente en casa pues tuve suerte de poder seguir trabajando en una buena empresa y por fin, la estabilidad y la ilusión hicieron acto de presencia en mi casa.

Me saqué el carné de conducir y nos compramos un coche, aunque eso sí, de segunda mano. También nos compramos una televisión ¡un lujo! pues en aquel tiempo no todo el mundo tenía televisión. Así que de aquellos años no nos podemos quejar.

Cuando era verano y llegaban las vacaciones, cogíamos nuestro coche y nos íbamos a Almería, repartiendo los días que teníamos entre la casa de mi suegra y la de mi madre. En un viaje de aquellos se vino con nosotros a Barcelona mi cuñada Adelina, hermana de mi mujer.

Ella tenía unos siete años y estuvo una temporada con nosotros. Cuando le entraron ganas de volver con su madre aprovechó la coincidencia de que mi hermana Rosa iba a Almería para ver a mi madre, para irse con ella y regresar al lado de su mamá. Porque a pesar de que estaba a gusto en casa, a esa edad todos sabemos que lo que más añora uno es estar al lado de sus padres.

Estaba claro que nosotros estábamos predestinados para ser una gran familia numerosa pues a los dos años y medio del nacimiento de Paquita la cigüeña se acordó otra vez de nosotros. En este caso fue un niño lo que trajo.

El día doce de julio de mil novecientos sesenta y seis a las siete de la mañana nació mi hijo Juan José.

Al igual que Isabel y Paquita su venida a este mundo nos llenó de nuevo de satisfacción. Pues como ya he comentado nuestra economía iba bien y nos permitía criar a nuestros hijos sin privaciones. Teníamos lo normal, lo que una familia necesita para poder vivir decentemente, aunque eso sí, no podíamos permitirnos muchos lujos.

En el año mil novecientos sesenta y siete recibimos un telegrama de mi suegra en el que nos decía que mi suegro se encontraba muy grave. Preparamos precipitadamente el viaje de mi mujer y acordamos que yo me quedaría con Isabel y mi mujer se iría en el tren a Almería con los dos más pequeños, Paquita y Juan José, pues al tener yo que trabajar, me era imposible quedarme con los tres y más siendo tan pequeños.

Por desgracia cuando llegó mi mujer ya habían enterrado a su padre.

Con la muerte de su marido mi suegra quedó muy afectada. Completamente sola tendría que hacer frente a unos años muy duros y difíciles de superar, con la economía por los suelos y con hijos aún pequeños a su cargo. Difícil lo tenía para seguir adelante.

Pero como dice el refrán, Dios aprieta pero no ahoga y en este caso este dicho fue acertado al conocer a José.

Éste vivía en Andorra y los dos en dicha localidad formaron pareja durante unos veinticinco años. Con José la vida de mi suegra dio un giro de ciento ochenta grados y pudo vivir hasta el fallecimiento de su pareja un largo periodo de tiempo de felicidad sin que llegara a faltarle nada.

En mil novecientos setenta a las once de la noche la cigüeña vuelve a ser generosa con nosotros y nos deja a mi hijo Jorge en Sabadell. Como ya sabéis, éramos cinco en casa y pasamos a ser seis de familia, pero igualmente seguimos viviendo holgadamente y como dice el refrán, donde comen cinco pudimos comer seis.

Por este tiempo se vino a vivir con nosotros mi cuñada Adelina y mi cuñado Ramón, hermanos de mi mujer, pues en Almería no encontraban trabajo y aquí en Cerdanyola tuvieron la oportunidad de poder trabajar los dos, y aunque el piso era pequeño pusimos literas y logramos hacer un hueco para ellos.

Tanto a Ramón como a Adelina siempre los he querido como a mis propios hermanos, ya que su comportamiento hacia mí siempre fue respetuoso y correcto.

Un día que me tocaba el turno de noche al llegar los compañeros que nos hacían el relevo nos comentaron que habían visto un accidente de circulación horroroso, que habían muerto quemados los cuatro ocupantes de uno de los vehículos.

Al llegar a casa y antes de acostarme a dormir se lo comenté a mi mujer, ignorando que uno de los fallecidos era mi propio cuñado.

Sobre las once de la mañana se presentó en casa un policía municipal a traernos la mala noticia. Nos afectó mucho a toda la familia. Avisamos a mi suegra, a mis cuñados Juan y Ana que vivían en Andorra y a mi cuñado Domingo que vivía en Francia.

Éstos no tardaron en venir, pero el trago más amargo me tocó a mí, cuando a la pura fuerza tuve que desplazarme al depósito de cadáveres para proceder al reconocimiento del cadáver de mi cuñado.

El cuadro que vi fue de lo más horroroso y desagradable. Estaban cuatro cadáveres quemados y encogidos, con las manos puestas sobre sus caras, como si hubieran tratado de protegerse el rostro cuando ocurrió el accidente.

Para mí los cuatro eran iguales y no era capaz de reconocer a mi cuñado, ya que los cuatro estaban carbonizados e irreconocibles. Recordé que mi cuñado anteriormente había tenido un accidente de moto dejándole una cicatriz en la cabeza y se lo indiqué al forense por si podía serle útil para reconocerlo.

Se puso unos guantes y fue palpando la cabeza de los cuatro cadáveres. Cuando llegó al de mi cuñado dijo en voz alta “éste es”. La verdad que todo esto me afectó mucho y nunca he logrado olvidarlo, pues tengo que decir que yo soy una persona muy sensible y hubiera preferido no tener que pasar por aquel horrible cuadro.

Creo que Ramón era especial. Nunca tuvo nada suyo, pues lo que tenía era de todos. Lamento de verdad, que una persona como él, nos dejara cuando empezaba a vivir, con apenas veintiún años de edad. Pienso que él intuía que su vida no iba a ser larga, pues siempre decía que él no iba a vivir mucho, que su fin estaba cerca, e incluso unos días antes de morir se hizo un seguro de enterramiento. Es como si no quisiera molestar a nadie de la familia con los gastos de su entierro.

La última vez que pude verlo estuvo ayudándome a adornar el árbol de Navidad. Se fue pero no sin antes dejar apartados para sus sobrinas los juguetes de Reyes. En los pocos años que le tocó vivir estuvo al servicio de los demás y pasó por esta vida sin encontrar la felicidad y sin apenas llegar a vivir.

Después de la trágica muerte de Ramón pasamos unos años de tranquilidad y de bienestar al lado de nuestros hijos y mi cuñada Adelina.

Pero Adelina en un viaje que hizo Andorra para ver a su madre conoció el amor de su vida, Jean, con el que se casó. Allí se quedó a vivir y del fruto de su matrimonio nacieron dos niñas, Natalie y Cristina.

La cigüeña nos visito una vez más el día trece de junio a las trece horas del año mil novecientos setenta y siete. En este caso nos dejó un niño precioso al que pusimos por nombre Alejandro, o Alex, como cariñosamente le llamamos.

Fueron pasando los años y en mi casa no nos faltaba de nada, y a pesar de que éramos familia numerosa, vivíamos todos en armonía como cualquier familia normal. En mi casa reinaba la felicidad ya que tuve la suerte de haber dado con una mujer responsable de su casa y de sus hijos, pues debo decir que una de las cosas que mejor hice en toda mi vida, fue la elección de mi mujer. Con ella compartí penas y alegrías siendo para mí un modelo de mujer y si se pudiera retroceder en el tiempo y empezar de nuevo, no cabe la menor duda que la volvería a elegir como compañera y esposa.

Veintitrés meses después, el día nueve de mayo del año mil novecientos setenta y nueve nace Raquel en la clínica de Sabadell.

Raquel es una persona muy sentimental y muy sentida, amante de la familia y aunque de vez en cuando suele discutir con sus hermanos, la sangre no llega al río ya que a los cinco minutos se le ha pasado el enfado, y ya está en armonía con todos como si no hubiera pasado nada. Además es muy generosa y lo que ella tiene, es de todos. Claro que mientras siga así difícil lo tiene para ahorrar un euro.

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